Brad observó desde la ventana cómo Rosalinda salía de su casa, su andar ligero y seguro. Una sonrisa astuta se dibujó en sus labios, una que revelaba más que simple complacencia. Era el presagio de una cacería; había olfateado la traición en la sangre de Rosalinda y de su padre hace mucho tiempo, algo oculto que ahora se desenredaría ante sus ojos como un hilo fatal. Salió al patio y dio la orden. —Vigilen a Rosalinda —ordenó con voz baja a uno de sus hombres más confiables —No pierdan detalle de lo que haga—. Con la mandíbula tensa, los vio partir sigilosos, como sombras entre los árboles. Regresó al salón y se dejó caer en la silla de cuero junto a la ventana, su mirada perdida en el crepúsculo. Recordó aquel día nefasto, cuando Rosalinda se le acercó y olió en ella a Yara, tanto Leo como él sabían que había algo extraño, pero antes de que pudieran analizarlo y reaccionar, sintió cómo le clavaba la aguja con la agilidad de un felino. La sustancia que le inyectó apagó la fur
Kira corrió con todas sus fuerzas sin poder contener los latidos acelerados de su corazón, tratando de evitar que él la alcanzara. Corrió como si su vida dependiera de ello, mirando detrás, para que no la siguiera, aunque estaba segura de que no iba a poder hacerlo porque era cuestión de tiempo para que su lobo muriera. Llegó a la casa, donde había dejado a su bebé a cargo de su nana Marisol, cuando llegó al solar, su padre y su hermano la estaban esperando con una expresión de angustia. —¿Qué pasa? ¿Para dónde fuiste? La voz de su padre era un trueno bajito, cargado de advertencia. A su lado, el hermano de Yara observaba, una mezcla de preocupación y reproche en sus ojos. —¿De dónde vienes? —interrogó este sin dejar de mirarla. La penumbra de la noche se disipaba a medida que Yara, con las extremidades aún temblorosas por la reciente transformación, cruzaba el umbral de su casa. Un siseo de vapor emergió de su piel cuando la luna cedió su influjo y ella recuperó la forma hum
Yara luchaba con la rabia en su interior, pero de pronto su hijo comenzó a llorar, sus sollozos tiernos rasgaban el silencio con una urgencia que sólo una madre podría comprender. Ella lo acunó en sus brazos tratando de consolarlo. —Tranquilo, mi pequeño cachorro —susurró Yara con dulzura, meciendo al niño en un vaivén suave y constante. Sin embargo, el llanto del bebé escaló a un chillido desesperado, y fue entonces cuando la mujer, sintiéndose con ventaja y con sus manos convertidas en garras letales, lanzó un ataque feroz hacia Yara. Pero como guerrera nata, Yara no dudó. Con una mano sostuvo a la agresora, evitando el ataque, dejó a su niño en las piernas seguro y con la otra mano ejecutó su defensa mortal. Con un movimiento fluido, preciso, se aferró a la garganta de la intrusa, la cual quedó abierta, manando vida en un torrente escarlata, mientras el gorjeo de la muerte retumbaba en el bosque. La intrusa cayó al suelo sin vida, su sangre tiñendo el suelo. Yara miró el c
Yara negó con la cabeza rápidamente, tratando de mantener la calma mientras su mente trabajaba a toda velocidad para encontrar una forma de escapar de esta situación comprometedora.—No sé de qué están hablando. Creo que me están confundiendo con alguien más, me llamo Bismar, y estoy aquí en busca de refugio, porque unos rogues atacaron a mi manada —respondió con voz temblorosa, tratando de mantener una expresión de inocencia en su rostro.Rosalinda la miró con desconfianza, pero antes de que pudiera decir algo, un golpeteo urgente resonó en la puerta de la habitación. Todos se giraron hacia la entrada, sorprendidos por la interrupción inoportuna.El beta de la manada, entró apresuradamente en la habitación, con una mirada preocupada en sus ojos.—Lamento la interrupción, Alfa Brad, pero tenemos un problema grave. Hemos detectado un ataque a la manada. Un grupo de rogues están invadiendo nuestros territorios.Brad frunció el ceño, visiblemente molesto por la noticia. Miró a Yara, quie
El dolor ardía en el pecho de Brad mientras su beta, Peter, se apresuraba hacia él. El alfa luchó por mantenerse en pie, pero la herida en su pecho era profunda y la sangre brotaba de manera descontrolada, su rostro estaba pálido y a pesar de querer mantenerse erguido terminó desplomándose.Sin embargo, Peter llegó justo a tiempo de evitar que Brad cayera al suelo.—¡Brad, por la diosa Luna! ¡¿Estás bien?! —exclamó Peter, su voz llena de preocupación mientras sostenía a su alfa.Brad se apoyó pesadamente en su beta, sintiendo que su fuerza lo abandonaba. Cada respiración era un suplicio, y la sangre seguía fluyendo de su herida.—No... no estoy bien, Peter —respondió Brad con dificultad, porque ya le era imposible negar lo que le estaba ocurriendo—. Estoy herido de gravedad… necesito ayuda, pero no podemos permitir que nadie más lo sepa, la manada no puede enterarse.—Pero ¿Cómo es posible? ¿Por qué no te curas? ¿Dónde está Leo? —interrogó preocupado.—El día de ayer la loba… que enco
A pesar de la férrea determinación de Yara para mantenerse firme en su odio hacia Brad, se encontró en una situación que jamás había imaginado. Mientras permanecía sola en la habitación del sótano con el alfa herido, curándolo y cuidándolo para que su condición no fuera revelada y a pesar de sus deseos de venganza, en el fondo no podía permitir que Brad muriera allí, no porque le interesara lo que le pasara, sino porque él debía morir de su propia mano, no de esa manera.Con manos temblorosas, Yara comenzó a desvestir al alfa con cuidado. Cada prenda que quitaba revelaba más heridas en su cuerpo. La sangre y la suciedad se habían acumulado en su piel, y Yara sabía que debía limpiarlo para evitar una infección.El cuerpo de Brad yacía inerte en la cama, su rostro pálido y la respiración débil. A pesar de todo lo que había hecho, Yara no podía evitar sentir una punzada de preocupación por su estado. “Pienso que no debes querer que muera, después de todo es el padre de nuestro cachorro
El cuarto estaba impregnado del olor acre de la fiebre. Yara se paseaba de un lado a otro junto a la cama donde Brad yacía, su cuerpo sacudido por temblores incontrolables. Las palabras le brotaban como veneno.—¡Inútil! —escupió Yara con desdén—, eres cruel, malvado y te mereces todo lo que te está pasando, por haber jugado con mis sentimientos, por haberte burlado sin remordimiento de mí.Mientras tanto, Brad no dejaba de murmurar incoherencias, sus ojos vidriosos, encontrando el rostro de Yara entre visiones febriles. Con una fuerza que no parecía propia de su estado, extendió un brazo y agarró su muñeca, atrayéndola hacia él. Sus labios ardientes encontraron los de ella en un beso delirante y demandante.«¡Kira! ¡Contólate!», pensó Yara, sintiendo cómo la loba dentro de ella se agitaba, deseosa.—No deberías estar haciendo esto. ¡Despierta! Suéltame.Sin embargo, eso no bastó para impedir, que la presión de los labios de Brad se intensificara, y Yara, asustada por el poder que aún
Un rugido ensordecedor llenó el aire, y una llamarada de fuego se elevó desde el interior de la casa de la manada. El fuego se propagó con prontitud, envolviendo la estructura en un infierno de llamas voraces. El caos que ya reinaba en el exterior se multiplicó exponencialmente.Gritos de terror y desesperación resonaron por todas partes mientras los miembros de la manada corrían en todas direcciones, otros se enfrentaban entre ellos.De adentro salieron algunos sirvientes tratando de escapar del incendio que consumía la casa de la manada. La confusión reinaba suprema, y Yara luchó por mantenerse en pie mientras el calor y el humo se intensificaban a su alrededor, intentó entrar, pero la intensidad del fuego se lo impidió.Las llamas se alzaban hacia el cielo, iluminando la noche con su resplandor infernal. La casa de la manada se desmoronaba lentamente bajo el asedio del fuego, y los gritos de algunos lobos atrapados dentro que terminaron mezclándose con el crepitar de las llamas.Y