Eran la 5:24 pm cuando miré el reloj de pulsera. El tiempo se había ido, como siempre, mirando las nubes pasar. |
«Algunas piedras más» ––pensé.
Tomé un puñado de piedras pequeñas como acto final en aquella tarde agonizante y las lancé al río. Su suave corriente me relajaba profundamente y el silencio de aquel refugio desolado, producía, en mí, una atracción magnética. Arriba, en la distancia, un lucero cómplice de mis reflexiones me observaba y, de cuando en cuando, me indicaba con su luz la proximidad de la noche.
Apenas contaba con doce años.
Pasaba muchas horas en aquel lugar acompañando al sol ha
NOCHE DE ABRILTras la multitud, en aquella fría noche, pocos minutos después de haber abandonado la búsqueda, se asomaron los ojos azules causantes de las palpitaciones aceleradas de mi joven corazón. El nerviosismo emergió como un barco que creía hundido. Tendría la oportunidad de cumplir mi promesa y eso me aterraba.Desde los primeros años de primaria en mi pueblo natal, esas mismas destellantes pupilas, que ahora aparecían como dos titilantes estrellas, habían aprisionado a mis pensamientos con los lazos sutiles del amor.La procesión había terminado y la gran cantidad de gente que asistió al evento religioso empezaba a dispersarse por el pueblo. Las mariposas en mi estómago consumieron todo el aire y empecé a respirar de manera acelerada en un intento de llevar oxígeno a la sangre. Jazmín caminaba entre la muchedumbre a unos veinte metros de distancia de donde m
LA TRAGEDIAHabían pasado cuatro meses desde aquel beso. Las primeras luces de la mañana no tardarían en llegar.Estábamos cansados tras las emociones vividas en ese día inolvidable. Antonio, mi hermano, tenía en sus manos el esfuerzo, la constancia y la sabiduría adquirida, reflejada en un pergamino que lo acreditaba como un nuevo profesional de la psicología. Mi hermano, cuatro años mayor que yo, a sus veinte siete primaveras, era y sigue siendo una de esas personas cuyas características se pueden conocer con tan sólo observar sus ojos. Su mirada es pacífica, serena, lo que denota su carácter regio y a la vez despreocupado. Con su contextura más o menos delgada y su metro ochenta de estatura, se ganó el apodo de “flaco” entre sus compañeros de estudio.Antonio, más que un hermano es mi confidente. Desde la muerte de nuestros padres en un accidente de tránsito, nos h
ENSOÑACIONEl mundo cayó con todo su peso en mi alma destrozada, mis manos palidecieron y comenzaron a temblar.El dolor punzante en la cabeza regresó y arremetió con toda su fuerza mientras la culpa empezó a golpear mi corazón, quizás, con más potencia que las punzadas. Nada de lo ocurrido debía estar pasando; si no se me hubiera ocurrido esa maldita idea de encontrarme con Jazmín, cuando todo estaba en nuestra contra, ella estaría viva.«¡Todo fue mí culpa!»Los pensamientos destrozaron la poca cordura que me quedaba, mis piernas flaquearon y me dejé caer arrodillado en el suelo. En medio de mis alaridos, el doctor trató de calmarme.Fue inútil.Me revolqué en el piso con las manos en la cabeza en un gesto desesperado de despertar de aquella pesadilla endemoniada. Cuando la situación empezó a ser insostenible, algo sucedió: las luces penetrantes em
LA DESPEDIDALas hojas de los árboles descendían y, arrulladas por el regazo de la brisa, se posaban dócilmente en la tierra de aquel gigantesco camposanto. Un grito desconsolado irrumpía en el silencio deshaciendo la intensa paz del lugar. Débiles pasos avanzaban bajo un sol temeroso que presagiaba la noche. La tristeza golpeaba con fuerza los corazones, y sobre todo el mío que se mecía nervioso en la lúgubre y maltratada pared de mi pecho.Ya no podía hacer nada, el amor de toda una vida se había marchado para siempre.Me encontraba allí, en la morada de los mortales para despedirme por última vez. Centenares de rostros bañados en lágrimas se observaban atónitos en todo el lugar. Antonio, prediciendo mis movimientos, detuvo mis pasos con firmeza.—–No debes acercarte —–me previno, tomando con seguridad mi brazo derecho—–. Todos te odian, pueden hacerte daño, q
ALUCINACIÓNES—–Tómate este medicamento —–Antonio me acercó un frasco rojo que no pude distinguir—–, te hará dormir—–No quiero dormir, he estado sedado mucho tiempo y estoy perdiendo la noción de la realidad.—–Es por tu bien, Adrián, éstas no tienen efectos secundarios —–abrió la tapa y extrajo una capsula del mismo color del frasco—–. Sólo tienes que tomar una para relajarte y dos para dormir profundamente. Jamás te excedas de esa dosis, el Doctor Montesinos dice que puede ser peligroso. De igual forma me encargaré de hacerlo.Sabía que todo lo que hacia mi hermano era por mi bien. Últimamente había empezado a tener lapsus mentales: me encontraba en un lugar sin saber cómo ni por qué había llegado allí.Ese era uno de esos casos: estábamos en nuestra casa, sentados en mi cama, sin saber qué es lo que había pasado antes de estar en esas condiciones. Me s
DEMENCIAA esas instancias sabía que algo no iba bien en mi cerebro a pesar de que era consciente de todas las experiencias vividas. Como no iba a ser consciente, si lo vivía intensamente; cada detalle, cada destello de color.Podía sentir mis pies en el suelo, la brisa sobre la piel y las manos de Jazmín en mi rostro. A pesar de eso lo único que me hacía comprender que seguía vivo eran los latidos de mi corazón; los oía muy claro. Aún no comprendía, era evidente que por muy intensos y vívidos que fueran los sueños sólo eran eso: sueños. Pero ¿qué tan alejados estaban de la realidad en donde me acababa de despertar? De igual manera apreciaba la luz con la misma intensidad entrando por la ventana; debían de ser alrededor de las dos de la tarde. La luz del sol estaba a punto de llegar a la manija del escaparate. También sentí la textura de mi colchón y las sábanas, era igual
EL DESPERTARYa sólo quedaban ruinas de lo que un día se llamó cordura. ¿Qué se suponía que iba hacer?La duda apareció de nuevo.—–¿Qué estoy haciendo aquí? —–dije en voz baja, y una ráfaga gélida de viento se llevó las palabras para sumergirme en el silencio.—–Tengo que salir de aquí —–el miedo empezó a ganar la batalla.Comenzó una lucha interna insoportable; quería huir pero, ¿qué haría después que me marchara?, ¿seguiría vagando en un mundo de sueños interminables?No continuaría con esa incertidumbre, ya había llegado hasta ahí así que no daría marcha atrás. Tomé el pico y empecé a desgarrar la tierra húmeda por el agua. Cada golpe al suelo eran diez en mi corazón.Seguí cavando.Al principio sentí que no lograba nada, el gran esfuerzo que hacía para remover algo de tierra se anulaba cuando el agujero quedaba hecho un lago que tapa
EPÍLOGOCuando escribo estas líneas rememoro cada detalle de la historia que les acabo de relatar como si fuera una película reproduciéndose en mi cabeza. Hubo situaciones de intenso temor, sí; pero… es difícil de explicar, las palabras me limitan.Lo intentaré:Estoy seguro que ocupé cada espacio de las realidades que se me presentaron. También es claro, para mí, que todas las sensaciones que experimenté se llevaron a cabo a un nivel fisiológico, incluyendo el miedo. Pero a lo que de este lado del velo llamamos “miedo” ya no existe en mí fisiología. Es por eso que ese sentimiento, hoy en día, sólo es una palabra a la que no le encuentro ningún sentido. La muerte es la fuente de todos los miedos; cuando comprendes que la muerte no existe, no hay motivos para temer.Tuve períodos de intensa paz y felicidad, dos poderosas energías que no me han abandonado desde el día del despertar. Muchas veces las percibo como una lejana melodía que se acerca a susurrarme a