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40. Trascendiendo

No sabía si era lo correcto.

Pero lo único que sí sabía era que no había podido negarme.

Kyan me pidió que me quedara a dormir con él, prometiéndome que no haríamos nada de lo que nos pudiéramos arrepentir luego, que no haríamos nada que no quisiera. Pero en ese momento, mientras lo observaba caminar en su habitación, mientras solo vestía un pantalón de chándal y una delgada camiseta blanca, comencé a cuestionarme que quizá no había sido una buena idea. Pues claramente se miraba su definido abdomen, en cómo los músculos de sus brazos se flexionaban cuando él hacía algún movimiento. No, definitivamente no había sido una buena idea, ¿pero cómo me iba sin parecer una miedosa? No le tenía miedo a él, eso ni de loca, tenía miedo de lo que yo podría hacer y mis mejillas coloradas eran una clara afirmación a que mi cuerpo no me obedecería, eso y que fácilmente perdía el control sobre él. Estaba sentada en la orilla de la cama con mis piernas flexionadas, Kyan me había prestado una camiseta
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