Paulina Desperté viendo un techo que no reconocía.Otra vez.Mi primer pensamiento fue ese: "Estoy cansada de despertar en lugares que no son mi habitación."Abrí los ojos despacio. Las sábanas eran suaves. Blancas. Sin olor a podredumbre. Las cortinas dejaban pasar la luz del sol de la mañana, y el silencio... ese silencio era nuevo. No era tenso. No era una amenaza disfrazada. Era… simplemente silencio.Traté de incorporarme, pero el cuerpo no me acompañaba. Me sentía pesada, como si me hubieran vaciado la sangre y reemplazado por concreto.Mi garganta ardía. Mis labios estaban partidos. Había algo en mi brazo… una venda. Y mi vientre…Evité pensar en eso... no estaba lista.Giré un poco el rostro y fue ahí cuando lo vi. Un hombre de unos cincuenta años, de rostro amable y gesto tranquilo. Estaba sentado en un sillón.Tenía una tablet en el regazo y un estetoscopio colgando alrededor del cuello.Me vio despertar y se puso de pie con calma. No hizo ningún movimiento brusco. No m
MaxEntré en silencio. Ella estaba despierta.Acostada, la espalda apoyada contra las almohadas. Justo en ese momento le sonreía a Magda. Aunque aún se veía tan... delicada.Tan frágil.Tan jodidamente rota.Y aún así… hermosa.No de la forma superficial.Era otra cosa.La forma en que su mirada volvía, de a poco, a encontrar foco. La manera en que sostenía una taza con ambas manos como si fuera su salvavidas. Esa quietud que escondía un huracán.Era belleza en resistencia.Magda se levantó apenas me vio en la puerta. Supuse que quería dejar espacio. Pero justo cuando giraba hacia la salida, Paulina estiró los dedos y la tomó del borde del vestido."¿Me tiene miedo?" Me pregunté sin comprender su reacción."Claro que sí. Te tiene miedo, si eres un ogro gruñón y frío." Se burló mi conciencia.Y sí era sincero, yo también me temería.Era un desconocido. Un secuestrador, según su lógica. Y probablemente tenía razón.Me quedé quieto, cerca de la puerta, intentando no invadir.—Me alegro
Paulina El jardín estaba cubierto de flores blancas.No sé quién las puso ahí. No sé cuánto tiempo había pasado desde que abrí los ojos en esta casa... Ni cuántos había pasado en esa habitación sin atreverme a mirar por la ventana. Pero ahora estaba de pie, con un vestido negro sencillo que Magda y Sofía me ayudaron a ponerme.El aire olía a romero y lavanda. No había más personas que nosotras tres, el sacerdote y Max. Un silencio se estableció entre nosotros, uno que no era incómodo, sino sagrado.Aníbal.Mi guardián. El único que había visto más allá de las heridas y no preguntó, solo sostuvo. El único que, hasta el final, me miró con respeto.Las palabras del sacerdote se perdían en el viento. No podía mirarlo a él, ni a Max, que estaba justo al frente, con la mandíbula apretada y las manos detrás de la espalda.Me quedé parada, sintiéndome fuera de lugar y, al mismo tiempo, como si tuviera que estar ahí.Magda me tomó de la mano. Me sonrió con dulzura, como una madre que enti
MaxEntré en la cocina por rutina. Un espacio amplio y cálido. Magda estaba en la encimera, cortando fruta como de costumbre. Ya era parte del paisaje.Pero lo que no era parte del paisaje… lo que me sacudió el pecho… fue verla a ella después de tantos días encerrada.Paulina.De pie.Fuera de su habitación.Con el cabello trenzado sobre los hombros y un suéter que le quedaba un poco grande. Pero estaba de pie... Fuera de su habitación. Se movía por la cocina como si estuviera… buscando su lugar.El aire me cambió en los pulmones.Casi sonreí.Casi.No supe qué hacer o decir.¿Debía saludarla?¿Fingir que nada pasaba?¿Decirle que me alegraba de verla así?¿O simplemente hacerme el indiferente y seguir caminando?Opté por quedarme quieto. Siempre fue más fácil no moverme que arriesgarme a arruinar algo.Entonces, cuando notó mi presencia, la vi tensarse... pero enseguida tomó una taza, sirvió café… y caminó hacia mí.Tuve que apretar el mentón para no traicionarme con una sonrisa.Me
PaulinaEstaba sentada en mi lugar favorito de la habitación, ese que da justo a la ventana. Amaba la vista. El patio estaba muy bien cuidado. El verde del césped y las flores parecían brillar bajo la luz del sol. Tenía las piernas cruzadas y una manta sobre los hombros. "Hubiera traído una taza de té..." pensé arrepentida de haber salido corriendo de la cocina."Deberías haberte quedado... La comida se veía deliciosa... Y ni que hablar nuestro anfitrión..." Y ahí estaba otra vez mi conciencia. Hacia apenas unos días había vuelto a hablarme... Y aunque era un poco dura y pervertida... la extrañaba.Estaba tranquila. Ya no me sobresaltaba cada crujido de la casa. Bueno… casi.Tres golpes suaves sonaron en la puerta.Me puse tensa. El corazón se me apretó como un puño cerrado."Calma Popi..." —¿Paulina? —dijo una voz grave, pero tranquila—. Soy Max. ¿Puedo pasar?Respiré. Al menos no era un extraño. Y había preguntado antes de entrar. Me pareció un gesto pequeño, pero... me dolió e
MaxCerré la puerta despacio, con miedo de destruir la ilusión de lo que acababa de pasar.Apoyé la espalda contra la madera unos segundos. Respiré hondo. Me pasé una mano por la nuca y me di cuenta de que estaba transpirando."Dioses… me habló."Me pidió algo. A mí.Era solo un favor, nada más. Pero para mí… fue como si me hubiera dado las llaves de una parte de su mundo. Y eso… eso me descolocó.No sabía qué hacer con eso.Bajé las escaleras más lento de lo usual. Los pies pesados, la mente todavía colgada en esa habitación. Esa voz suave. Esa mirada que, por primera vez, no estaba llena de miedo. No del todo.Entré a mi oficina y cerré la puerta con llave. Me dejé caer en la silla frente al escritorio, abrí la computadora y la pantalla se encendió con mi sistema.Tecleé su nombre. No sé porque no lo hice antes...Paulina Salazar.La barra de búsqueda cargó con eficiencia. En segundos, apareció todo.Artículos de revistas. Portafolios digitales. Fotografías en eventos de moda. Entr
Paulina Golpearon la puerta. Una, dos veces. Luego la voz de Max, bajita y paciente.—Soy yo… ¿Puedo pasar?Me acomodé en el sillón donde había pasado las últimas horas. Me limpié rápido los dedos manchados de lápiz. Aún tenía el cuaderno abierto sobre las piernas, con líneas que no sabía si eran bocetos o cicatrices de heridas que tenía que sanar...—Sí —respondí con suavidad.La puerta se abrió despacio, y por un instante, pensé que venía con algo serio. Un problema, una noticia… Pero no. Entró como una especie de Santa Claus ejecutivo.Cargado hasta los dientes.Tenía una laptop bajo el brazo, una bolsa con revistas que sobresalían por los bordes, y… ¿era eso una caja de teléfono?Me puse de pie, un poco desconcertada.—Eh… esto es para ti —dijo, dejando primero la laptop sobre el escritorio—. Ya tiene tus portafolios. Pude recuperar casi todo.Casi todo.Esas dos palabras me estrujaron un poco el pecho.—Y esto —continuó, dejando la bolsa con revistas sobre la mesa auxiliar—. No
MaxNo sabía qué hacer con ella.Estaba de pie, en medio de la habitación, mirándola. Mi pequeña Motita. Porque eso era para mí; frágil, pequeña, suave... casi etérea. Pero a pesar de eso resistía, se ponía de pie y flotaba... Estaba presente... Hasta ahora...Ella no paraba de gritar, llorar y temblar frente a la ventana. El aire era lo único que le quedaba... La única razón por la que seguía de pie. Y aún así, parecía que ni eso podía tolerarlo.Me acerqué un paso. Solo uno.Quería abrazarla. Decirle algo. Lo que fuera.Pero tenía miedo de romperla más.Tomé el teléfono con la mano temblorosa y marqué a Sofía.—Trae a Magda y vengan ya mismo a la habitación de Paulina —le dije, sin saludar—. No pregunten. Solo vengan.Colgué antes de que respondiera.Me pasé las manos por la cara, apretando fuerte los ojos. Necesitaba que alguien estuviera con ella. Alguien que pudiera tocarla sin que se encogiera. Una persona que ella no viera como una amenaza.Cuando escuché los pasos apresurad