Capítulo 4

Al salir del trabajo apenas dieron las dos de la tarde. Clover curioseó tanto como pudo hasta que le dije desde la puerta que iba a ver a mi terapeuta. Al instante dejó de preguntar y volvió a sus quehaceres en la tienda porque, como todos los que escuchan esa palabra, se impresionó hasta tragarse la lengua. Creo que ella pensaba que yo era de esos chicos que arreglan sus problemas echándoselos a los demás.

Las sesiones, a pesar de no ser tan seguidas como antes, me ayudan a no volverme loco en vez de tratarme porque lo estoy. Antes no creía que alguien fuera capaz de estudiar para entender las miserias mentales de los demás. Esa fue una de las razones por las que me costó tanto poner un pie en el consultorio de la doctora Payne. Otra razón, tal vez la menos importante, es que al principio no me ilusionaba con la idea de que alguien pudiera acomodar con éxito una cabeza llena de pensamientos y recuerdos torcidos.

Hasta hace poco no podía verme de otra manera que no fuera una persona llena de m****a y años desperdiciados en una vida miserable. Por esto también ir a terapia fue una guerra conmigo mismo, una tan fuerte que al final pensé seriamente si el mal estaba a mi alrededor o era yo el que se hacía daño y culpaba a los demás de eso. Cuestión que todavía no he resuelto, entre otras tantas que siguen ahí mordiendo y arañando de vez en cuando.

Paciencia y temperamento, por ejemplo, son cosas que de vez en cuando debo recordar tengo y necesitan ser controladas. Sin embargo, he progresado hasta el punto de sentirme bien, cómodo, tranquilo, y de algún modo feliz por esta vida sin preocupaciones mayores a dos simios queriendo jugar un rato.

Es más, en la sesión de hoy la doctora Payne propuso como tarea que sea más abierto a las experiencias normales en la vida de un adolescente, como lo es conocer gente de mi edad e intentar hacer amigos.

Otra cosa que trato siempre de sacar de mi sistema es que no me considero un chico, tampoco un hombre, solo alguien que vivió tantas malditas experiencias que bien podría tener la mente de un viejo de setenta años, veterano de guerra y con más groserías memorizadas que cualquier exconvicto.

Por otro lado, habiendo tocado el tema de que ahora tengo un nuevo compañero que me sigue a todos lados, mi terapeuta tiene razón al decirme que me siento incómodo con la situación porque yo mismo intento aislarme lo más posible. No lo explicó con esas palabras, pero se entiende que ahora tengo esta especie de autoflagelación por esos años de culpa y violencia, condimentos de un círculo vicioso que apenas pude dejar atrás.

De la sesión salí con el cerebro revuelto. En ese sentido no he cambiado mucho.

Al salir del consultorio de la doctora Payne, llegué a mi casa, me puse ropa de gimnasia y salí a correr como todos los días. Después debo regresar y seguir con la demás rutina de entrenamiento que armé esta semana. Ahora es solo un relajante y divertido pasatiempo.

Relajado luego de cinco minutos de respirar aire fresco, alcanzo mi teléfono y reviso las tres únicas redes sociales que manejo: Twitter, P*******t y Tumblr. Como no hay nada interesante en las otras, vuelvo a Twitter para ver si encuentro algún chisme interesante rondando por ahí. La red del pajarito no defrauda, al instante noto un hilo que es tendencia. Este hilo trata sobre malas experiencias en el amor, como si no bastaran los cuentos de farándula para aclarar y mostrar que hay personas idiotas en el mundo y otros mucho más estúpidos que salen con esos idiotas.

Aparte de mensajes depresivos, también hay varios tweets de un influencer famoso en este último par de meses. Este tipo está quejándose porque su exnovio era una perra en celo que solo quería tener sexo y no le interesaba construir una relación juntos.

No sé cuál es el problema. Existen las relaciones de amistad, las amorosas y luego vienen los subtipos de esas relaciones que son los amigos sexuales y los amantes. Tal vez haya más, pero hasta ahora las que conozco se clasifican de ese modo. En este caso el idiota se consiguió un compañero sexual que tenía bien puesta la cabeza en lo que estaba haciendo y quería.

Un silbido se me escapa porque el idiota del que tanto habla este otro idiota se llama Liam. Podría tratarse de otro Liam; es un nombre muy común y no tendría que asociarlo al chico que conozco. Leo los demás tweets al tiempo que comienzo a hacer mi camino a casa. Varios dicen que ese chico no merece tanta condena, otros le reclaman que para qué se hicieron novios siendo tan tóxicos, y así hay infinidad de opiniones que nadie pidió al respecto.

Al entrar en mi casa voy directo a mi cuarto porque quiero averiguar más acerca de este chisme. De repente, el tono de llamada del móvil corta el desliz de mis dedos sobre la pantalla. 

—Llamaste justo a tiempo, acabo de regresar de correr.

—Yo estoy comiendo como ballena —admite el principito, pero su tono de voz no es alegre—. Somos tan opuestos.

—¿Y me llamaste para…?

—¿Querrías ir al Zoológico conmigo mañana? Iba a ir con mi papá, pero tuvo que volver a su trabajo antes de lo esperado.

Me acuesto en la cama, colocando una mano detrás de mi nuca.

—Seguro, no tengo nada que hacer mañana y jamás he ido.

Lo cierto es que mi antigua casa quedaba cerca del zoológico y aun así jamás pude conocerlo.

Liam exhala con fuerza, luego escucho el crujido de una bolsa de frituras.

—¿Te pasa algo?

—Estoy enojado por algo que pasó y comer me ayuda a calmarme, por así decirlo.

Me enderezo.

¿Debería o no mencionar eso que vi?

—¿Tiene algo que ver con MK Angus?

—Esperaba que de todos los chicos que conozco tú no te enteraras de eso.

Del otro lado de la línea Liam se oye más enfadado que antes.

—El imbécil confesó ciertas cosas en un hilo de Twitter. Por desgracia, tengo Twitter —digo, tratando de suavizar la cuestión.

El principito vuelve a exhalar, maldiciendo al final.  

—¡Maldito hijo de puta! Oh, lo siento, eso no era para ti.

—No te preocupes. —Rasco mi nuca no sabiendo muy bien qué decir—. Si te hace sentir mejor, cuando nos conocimos los dos estábamos vestidos con peste. Se podría decir que no tenemos mucha suerte en la vida.  

—¿Puedo ir a tu casa? Por favor, no quiero estar solo en mi habitación comiendo todo lo que encuentro.

Esperaba pasar tiempo a solas… Bueno, no es como que sea necesario, puedo hacerlo otro día.

—Te espero.

Al terminar la llamada me doy cuenta de que ya no podré seguir con el resto del entrenamiento que había planeado. Armando un nuevo plan, alcanzo ropa limpia y me apresuro a entrar al baño para tomar una ducha antes de que Liam llegue.

Diez minutos más tarde, salgo de mi cuarto hacia la cocina porque todavía tengo tiempo hasta que llegue el principito y voy a aprovechar ese tiempo para comenzar a hacer la cena.

En la cocina, miro los alrededores notando que a algunas cosas les vendría bien una limpieza rápida, también he dejado varios platos sucios en el fregadero y unas cuantas manzanas que compré están por rodar de la encimera de mármol.  Antes que nada, consigo lo que necesito para empezar con la rápida limpieza. Hacer eso ya es común para mí, no despierta esa sensación nueva y relajante que nació cuando llegué a la casa de Brody por primera vez hace como dos años atrás. En esa época sentía que era un cadáver sacado de una tumba profanada más que un adolescente, pero mi tutor hizo un buen trabajo ayudándome a salir adelante. Me dio libertad para hacer lo que me pareciera cómodo, hasta tengo autorización para mover algunos muebles en su casa o arreglar una que otra cosa si es que lo considero necesario.  

Por un tiempo no hacía más que encerrarme en mi cuarto, golpear el saco de boxeo tanto como pudiera, escuchar música hasta reventar mis oídos y tratar de asimilar que esta nueva vida no venía con los peligros que había en la anterior. Pasaron bastantes días hasta que me animé a colaborar en el jardín con él o ayudarlo en otras cosas. Brody me enseñó a usar la máquina para cortar el césped y el hacha porque quería convertir un tronco grueso y grande en asientos que rodearan la mesa de jardín que consiguió por ahí. Fue una tarde agradable.

Dejo caer en agua hirviendo los vegetales que empecé a cortar cuando acabé de ordenar la cocina. Lo primero que hice cuando llegué a la casa de Brody, estando a solas, fue cocinar un caldo de pollo. No sé qué me llevó a elegir esa comida en especial, aunque si vamos por el hecho de que estaba por primera vez en mi vida en una casa normal, diría que fue para amigarme con la sensación cálida que me rodeaba.

Pude disfrutar en paz el empinar la cabeza para olfatear el aroma del caldo que se perdía por todos los rincones.

Con este serán tres años de libertad.  

De repente escucho golpecitos contra la puerta principal. Saco la olla del fuego, apago la cocina, y voy a abrirle al principito.

—Hola —saluda Liam con ambas manos metidas en los bolsillos de su cazadora verde.

Me aparto de la puerta y él camina a grandes zancadas hasta la cocina.

—¿Has estado cocinando? —pregunta cuando me acerco a él—. Huele increíble aquí dentro.

—Como alguien cambió mis planes, improvisé.

Liam se sienta con todo el peso de la furia en una silla que aparta de la pequeña mesa.

—Entonces…

—¿Tienes algo que pueda golpear? —De repente su mirada afilada me hace tragar saliva—. Me demoré porque estaba conversando con un idiota que… Quisiera dejar todo esto en algo que no sea comida, ¿sabes?

Enarco una ceja.

—¿Por qué supones que yo tengo algo de eso?

Él rueda los ojos, exhalando con fuerza.

—Mason, tienes los nudillos con cicatrices. Jamás mencionaste que fueras a un gimnasio en particular por lo que deduzco hay algo aquí que te ayuda a ganar esas marcas.

Iba a decir algo más hasta que él levanta una mano.

—Antes de que digas que me romperé algo, sé karate. Conozco los dolores musculares, quebraduras, rasgarse un músculo, que un hueso se descoloque, esas cosas.

Muerdo mis labios para no reír.

—¿En serio? Bueno, vamos a divertirnos. —Voy a la puerta que da hacia el jardín—. No necesitas un saco de boxeo cuando tienes a alguien que aprendió tres artes marciales.

—¡¿Qué?! ¡¿Con qué necesidad?! —Liam me sigue—. Eso es genial.

—Debería preguntarte lo mismo, ¿qué necesidad tenías de aprender karate?

Él se encoge de hombros, estirándose un poco.

—Si iba a ser un chico con hormigas en el culo, tenía que saber lidiar con las consecuencias. —Su mirada de repente es la de alguien evaluando posibilidades—. No te contengas, necesito sacar muchas cosas.

En un segundo estoy esquivando el golpe que el pequeño intentó darme. Sonrío, hace tanto tiempo que no peleo con alguien que es inevitable sentir la vieja satisfacción que recorría mi cuerpo cuando lograba hallar un saco de carne para golpear.                

Me lanzo contra él, pero en el momento en que intento golpearlo, bloquea los golpes volviendo la fuerza contra mí, tratando de que por el mismo esfuerzo me desestabilice.  Intento encontrar un punto débil o barrerlo con mis pies; pero cada que intento derribarlo, esquiva el ataque con una maestría única. Liam combina el esquive con golpes fuertes y dirigidos hacia las partes convenientes y mi defensa trastabillada por la rapidez de su cuerpo.

—¡¿En cuántos problemas te metiste para necesitar todo esto?! —le pregunto, pero por hacer eso pierdo la concentración y él logra darme una patada que me lanza contra el césped.

El principito se apresura a lanzarse de nuevo contra mí, pero ya tengo más o menos estudiados sus rápidos movimientos por lo que lo agarro y vuelco contra el suelo. Eso hace que pierda un poco el aire y quede desconcertado ante la cercanía en la que estamos ahora.

—Sabes defenderte, hasta cierto punto —reconozco.

Él sonríe, respirando agitado y dejando caer la cabeza en el césped.

—¿Quién dijo que acabó?  

Nos convertimos en dos malditos perros encarnizados o dos leones intentando pelear por un pedazo de carne. Cualquiera sea la comparación, no me importa, es tan divertido al fin poder pelear con alguien solo por diversión.

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