Capítulo 2

—¡Chico malo! ¿Cuál es la prisa? —pregunta Clover mientras acomoda el moño alto que lleva hoy.  

Hago entrar como sea en mi mochila los libros que estuve leyendo para responder algunas preguntas de la tarea.

—A mi casa. Que tengas buenas noches y vengan pocos freaks desvelados  

—Diviértete, niño malo, en lo que sea que estés metido. 

Escucho su risa antes de cerrar la puerta. 

Todavía no entiendo por qué piensa que soy un chico malo solo por usar ropa de colores aburridos todos los días. No es una cuestión de actitud, más bien es comodidad.

Me detengo a unos metros del surtidor de gasolina, pestañeando un par de veces porque acabo de recordar que no pedí el número de teléfono del principito.

Bueno, acordamos encontrarnos en una hora determinada, no creo que haya problemas.

—¡Mason!

Levanto la mirada del suelo y veo que él llega corriendo desde el frente.

—Hola —saludo cuando estamos cara a cara.

—¡Hola! ¿Listo para ir a casa?

Los dos emprendemos el camino hacia su auto estacionado una calle más abajo.

Al momento en que entramos, el sonido de un estomago gruñendo me sorprende. No es tan fuerte, pero como estamos en un espacio silencioso y un poco pegados uno del otro, se escuchó con claridad. Lo miro con una sonrisa torcida. Él se encoge de hombros mientras muerde sus labios.  

—A esta hora suelo cenar.

—Entonces no debiste ofrecerte a buscarme —le digo—. No hace una diferencia que tengas gestos como este.

Liam niega con la cabeza.

—¿A dónde? 

Coloco ambos brazos detrás de mi cabeza. 

—Sigues por esta calle y luego doblas a la derecha, pasas dos casas y la tercera es mía.   

Él guarda silencio, luego gira la cabeza hacia mí. Su cara parece estar pasando por una metamorfosis entre la ira y la risa. 

Le sonrío.

Liam me da un puñetazo en el brazo, pero aun así no puede borrar mi sonrisa.

—¡Me perdí la cena!  

—¡¿Quién me ofreció sus servicios de chofer?! —exclamo, frotando mi brazo—. ¡Y deja de golpearme por cualquier cosa!

Él se cruza de brazos, apartando la mirada.

—Estas aquí a pesar del hambre, eso me hace pensar que puedo contar contigo en las buenas y en las malas. 

—¿Eh? —Sus cejas se disparan hacia arriba—. Bueno, sí, tal vez, pero me tomaste el pelo. Ahora yo puedo desconfiar de ti. 

—No, estás conteniendo la risa. —Señalo el leve temblor en sus labios—. Te he pillado.  

Él sonríe antes de dejar escapar lo que tanto pretendía esconder. 

—¡Con quien vine a juntarme!

Mientras él sigue riendo, pienso en un plan. Fui al supermercado hace poco, también tengo hambre y ya que este chico parece agradable…  

—En marcha —ordeno—, tienes que ayudarme a preparar la cena. 

El principito deja de reír de repente.

—No más de esto. 

—Está bien. —Levanto mis manos como señal de haberme rendido—. Si no quieres que cocine una deliciosa cena para ti…

—Ya mismo nos ponemos en marcha. 

En el más corto camino hacia casa que alguna vez alguien hizo en auto, hablo con Liam sobre mi trabajo porque insiste en saber a pesar de que no hay mucho que decir, solo pequeños detalles del día.

—¿Es aquí?

Él frena en frente de una casa blanca de dos pisos, básica, igual a las demás que hay a su alrededor.  

—Sí. —Me quito el cinturón de seguridad—. Brody llega a las diez de su trabajo, tenemos tiempo de sobra para pasarla muy bien cocinando. 

Al entrar en casa, enciendo las luces de la sala para no chocar con ningún mueble. En la cocina, con Liam a mi izquierda, subo el interruptor de la lámpara colgante sobre la pequeña mesa de madera donde como solo la mayor parte del tiempo. 

—Tengo que llamar a casa para avisar que llegaré tarde. 

—No te entusiasmes demasiado. —Avanzo hacia la nevera—. Ni siquiera serán las doce de la noche cuando salgas de aquí.

Adoro ver el frigorífico sin un solo espacio vacío. Hay vegetales, salsas especiales que hice hace un par de días, algunos postres probados aquí y allá porque a Brody se le antojó picarlos como pájaro a las migajas.

—Tengo que explicarle a tu tutor que fui yo quien te dio el teléfono, ¿no es así? Sino pensará que estás metido con una banda de chicos terroristas.

—¿Terroristas? —Volteo para mirarlo con una ceja en alto. 

—No me estabas prestando atención. Parece que el cadáver que guardas dentro te estaba hablando y era mucho más interesante que yo. —Ríe—. Miras el interior de la nevera más de lo normal.

Extraigo un frasco de salsa de tomate y lo dejo en la mesa.

—Más raro es decir banda de chicos terroristas.

El rugido de la bestia dentro de su estómago vuelve a aparecer.

—No más jueguitos. —Envuelve su abdomen con ambos brazos—. Prepara algo, por favor, muero de hambre.

No sé si debería gastar la primera vez que cocino para alguien que no sea Brody en un chico que acabo de conocer, pero como se ha portado de lo más bien conmigo, no le doy muchas vueltas al asunto.

—Acaba tus trámites y reúnete conmigo.

—¡Vendré en seguida! —Liam saca su teléfono del bolsillo de sus jeans negros y se dirige hacia la sala de estar—. No empieces a divertirte sin mí.

Me quedo unos segundos observando su andar despreocupado hacia un lado de la sala. Dándome cuenta de lo que estoy haciendo, alcanzo el frasco a la mitad de salsa de tomate casera y vuelvo a la nevera para sacar lo demás que hace falta para cocinar una rica cena.

Cuando Liam regresa, le pido que descongele la carne ya preparada mientras me encargo de separar con cuidado los espaguetis que hice anoche.

Agradezco que el principito no hablara más que en una que otra oportunidad para sacarse algunas dudas alrededor de cómo hice para que los fideos me quedaran tan perfectos. Me gusta escuchar el murmullo de lo que hierve en las ollas y relajarme con el aroma que sale de la comida.

En pocos minutos Liam y yo logramos llevar la comida a la mesa sin mayores dificultades que una discusión moderada sobre cuántas bolitas de carne podía comer cada uno.  

—¡Oh por Dios! —chilla apenas acaba de tragar un poco de comida —¡Está delicioso!

Lo próximo que dice no logro entenderlo porque Inclina la cabeza hacia atrás mientras sigue masticando.   

—No pretendía darte un orgasmo con mi comida. 

Despreocupado, sigo devorando lo que queda en mi plato. 

Liam abre los ojos de par en par, pero es el sonido de la puerta abriéndose y cerrándose lo que evita que él diga algo. No me muevo de la silla porque sé que es Brody, aunque no esperaba que llegara antes de lo usual.

—Buen provecho, diablillo —saluda—, y, eh, príncipe.

Mi tutor toma asiento en la última silla vacía, mirando con curiosidad al rubio que sigue embobado con la comida.

—Eso es exactamente lo que es—. Me levanto para buscar un plato extra.

—Soy Liam, un compañero de Mason.

De repente escucho la risa de Brody, algo que no sucede muy a menudo. 

—Debes ser más que eso para que ese diablillo te invite aquí. 

Me apresuro a servir la comida y llevo el plato a la mesa, enredándome en mis pies por la rapidez.  

—Ni siquiera has tomado ni una gota de esa m****a que llamas cerveza y ya estás hablando de más.

Deposito una montaña de comida frente a las narices de mi tutor, luego busco una lata de su cerveza favorita y la dejo junto al plato.  

—Solo estoy diciendo las cosas como son.

Brody me lanza una mirada astuta antes de concentrarse en su comida.

Tomo asiento para volver a comer los restos que quedan en mi plato. En eso, observo a Liam quien bebe agua como si nada hubiera pasado a pesar de notársele un sutil rubor en sus pómulos. 

Decido tirar la primera piedra. 

—Somos socios. 

Brody levanta las cejas, riendo de nuevo. 

—Mientras no sean socios del crimen, por mi está bien. —Destapa su cerveza con satisfacción en el rostro—. Pero, Mason, el día que tengas novio eres libre de traerlo aquí. 

Una albóndiga tenía un terrón de sal. Que descuido de mi parte, por suerte vino a mi plato y no al de los demás.  

—Mason… 

—Sí, sí, lo sé. También colaboro en esta casa, tengo los mismos derechos que tú. 

Brody asiente lentamente y le da unos cuantos sorbos a su bebida, después mira a Liam. 

—Entonces, Liam, los negocios que te llevaron a unirte con este diablillo, ¿los puedo saber? 

El socio y yo dejamos al mismo tiempo los tenedores.  

—Es un poco tonto el asunto. Choqué con Mason en el pasillo de la escuela y se le cayó el teléfono por el impacto. Me sentí muy mal por haber hecho eso así que le di un teléfono que no usaba para compensar el desastre.

—Prestaste —corrijo. 

Liam llena su vaso de agua y da unos sorbitos. 

—No, te lo di. 

Brody empina el brazo para que el elixir de los alcohólicos llegue directo al estómago.

—Liam, mientras Mason no te haya arrinconado a una pared exigiendo un teléfono nuevo, por mí está bien.

El principito frunce el ceño.

—¿Por qué él haría eso?

Mi tutor se levanta por otra cerveza tan rápido como se lo permiten sus piernas.

—Se ve como un príncipe, pero en realidad es muy torpe —opino.

Le sonrío al principito que finge ignorarme por estar muy ocupado bebiendo agua. Hace eso para tragar una protesta, aunque está implícita en su mirada dirigida hacia mí.

No hay más preguntas, la cena sigue con uno que otro comentario de mi tutor acerca de lo inestables que son los clientes en el taller, los precios modificados de la gasolina, las autopartes piratas que debe remover casi todo el tiempo. Liam escucha a Brody aun si no entiende nada de lo que dice y rellena los espacios de conversación muy bien.  

Cuando acaba la cena, Liam se despide de Brody con la promesa de aparecer cada que se pueda y yo esté de acuerdo.  Como buen anfitrión que descubro soy, llevo al principito hasta la salida cuando todo estuvo dicho.  

—Eso fue entretenido —confiesa él.  

—No pasará todos los días, no te acostumbres.  

—Como quieras.

Me apoyo en el pasamanos de madera de las escaleras blancas de la casa. 

Liam de pronto mira hacia todos lados, juega con sus llaves en el bolsillo, y balancea su cuerpo adelante y atrás.  

—Me tengo que ir así que… hum… si quieres decirme algo, adelante.

Entierro mis manos en los bolsillos delanteros de mis jeans.

—No hay nada que decir.

—Ah. —El principito saca las llaves del auto de su bolsillo y las agita entre sus dedos—. Ahora tienes un socio con auto, úsalo con sabiduría.

—Por supuesto.

Subo un escalón para que tengamos una cabeza de diferencia en vez de unos centímetros.  

—Oh, tu núm... 

—Lo coloqué en tu teléfono cuando estabas descongelando la carne.  

Liam pestañea un momento, luego sonríe.  

—Entonces, buenas noches —se despide, agitando una mano.

Sin esperar respuesta, se da vuelta sobre sus talones, alejándose hasta su auto.

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