Alejandro tiró de mi manga con suavidad.—Mami, cuando lleguemos a la nueva manada, ¿voy a tener que volver a ver a papá?Lo abracé con fuerza, aspirando su olor de lobezno, ese aroma cálido que me daba fuerzas para seguir adelante.—No, amor. Nunca más.—Bien —susurró él, cerrando los ojos contra mi pecho—. No quiero ser Beta, de todos modos. Yo quiero ser sanador, como tú.Esa noche, el teléfono sonó de nuevo. Era la asistente de Teo.—Está preguntando por ti —me dijo con voz esperanzada—. Tal vez si hablaran...—No —le respondí, firme, sin vacilar—. Que se quede con la familia que eligió.Tres días, y estaríamos lejos de aquí.Pero justo el día en que íbamos a firmar los papeles de transferencia de manada, Alejandro se dobló de pronto, sintiendo un dolor intenso.Su piel ardía como fuego, y sus huesos comenzaron a moverse bajo la carne. Era una transformación anticipada.El miedo me atenazó el pecho. Todos los entrenadores lo habían dicho, Alejandro era excepcional, proba
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