DanteLa puerta de ese pequeño departamento se abrió con un chirrido tímido, casi como si también ella estuviera dudando de dejarme entrar.Valentina.Ahí estaba. De pie en el umbral. Con el cabello recogido de cualquier manera, una camiseta que seguramente no le pertenecía —demasiado grande, demasiado neutra, demasiado… anónima— y los ojos tan oscuros como los recordaba. Pero había algo más en ellos, algo distinto. Eran los mismos ojos, sí, pero ahora cargaban con el peso de demasiadas lunas solitarias.—Hola —murmuré.No sabía qué más decir. Había ensayado ese encuentro mil veces en mi cabeza, y sin embargo, las palabras se esfumaban al ver la curva de sus labios temblar con una contención dolorosa.—Hola, Dante —respondió, sin moverse.El silencio entre nosotros era espeso. No incómodo. Dolía. Porque ese silencio estaba lleno de todas las palabras que no nos dijimos cuando ella decidió irse. Estaba cargado con promesas rotas, con despedidas no pronunciadas y con un amor que se habí
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