Ulva despertó con el pecho encogido y la garganta seca, como si el aire de la cueva hubiese sido drenado durante la noche. El calor del cuerpo de Kaelion aún la envolvía, pero la luna… ya no estaba o al menos no como antes. Se sentó lentamente, con la marca en su cuello palpitando como un tambor ancestral. La cueva, antes cálida, tenía ahora una energía distinta, silenciosa, amenazante.La bruma que cubría la entrada se movía sola, como si tuviera vida. Ulva se acercó envuelta en la manta de piel, con los pies descalzos sobre la piedra húmeda. Cerró los ojos, buscando la conexión con la luna, pero en lugar de claridad… encontró ruido.—¿Qué es esto…? —murmuró, llevándose una mano al pecho. Un dolor leve, punzante, comenzó a irradiar desde la marca. No era físico, era mágico. El juramento ardía.—Ulva —la voz de Kaelion llegó desde atrás, ronca pero alerta. Ella se giró. Lo vio ya vestido, con los ojos dorados brillando en la penumbra. Sabía, lo sentía también.—Nos está atacando —dijo
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