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49 chapters
La grieta en su coraza
Rodaron durante aproximadamente dos horas aproximadamente, alejándose cada vez más de la ciudad. Las luces de los edificios se fueron desvaneciendo hasta quedar atrás, y eran reemplazadas por la vasta oscuridad del camino, apenas interrumpida por la luz de los faros. Alina, adormilada por el efecto del analgésico que Viktor le había dado, se hundió ligeramente en el asiento. Entre sueños, veía fragmentos del paisaje a través de la ventana: carreteras solitarias, árboles meciéndose con el viento y la luna reflejándose en la distancia.De vez en cuando, abría los ojos y lo observaba. Viktor conducía con la misma serenidad inquietante de siempre, una mano en el volante y la otra reposando sobre su muslo. No había urgencia en sus movimientos, pero tampoco relajación. Sin embargo, algo en su expresión la hizo fruncir el ceño.No era un hombre que dejara ver sus emociones, pero Alina comenzaba a reconocer ciertos matices en él, aunque apenas fueran destellos fugaces. Un ligero endurecimien
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Deberias aprender a odiar
Alina cruzó el umbral de la cabaña detrás de Viktor, sintiendo cómo la brisa marina se filtraba a través de la entrada antes de que él cerrara la puerta tras ellos. El interior era amplio y elegante, con un diseño que combinaba la rusticidad de la madera con detalles modernos y lujosos.A la izquierda, una sala de estar acogedora se extendía con un sofá de cuero oscuro y una mesa de centro de cristal sobre una alfombra de tonos neutros. El aire olía a madera fresca y a la ligera fragancia a sal del mar que se colaba por los ventanales. A la derecha, un kitchenette minimalista se alineaba contra la pared, con encimeras de mármol negro y estanterías abiertas donde reposaban copas de cristal. Al fondo, una puerta semiabierta dejaba entrever la habitación, donde un ventanal panorámico revelaba la silueta de la playa iluminada por la luna.Alina apenas tuvo tiempo de asimilarlo antes de ver a Viktor despojándose de su chaqueta con un movimiento fluido, arrojándola descuidadamente sobre el
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La vulnerabilidad del monstruo
—Dame un momento —le dijo Viktor, obligándola a sentarse—. No te quites eso de la mejilla.Le pidió y entró a la cabaña. Era evidente que no solo ella se sentía incómoda, también él. Por lo que estimó que lo mejor era alejarse aunque fuera un breve instante. Alina lo vio alejarse y desvió la mirada hacia la playa. Sentía que las emociones la rebasaban.La noche era espesa y húmeda, un aliento tibio que se adhería a la piel como una segunda capa. Alina sintió el contacto helado de la compresa adormecer su mejilla, pero no bastaba para contener el temblor que la sacudía desde dentro, uno que poco tenía que ver con el frío. Se abrazó a sí misma, recogiendo las piernas contra su cuerpo en un intento de encontrar refugio en su propia fragilidad.La brisa nocturna traía consigo el aroma salobre del mar, un contraste punzante con la fragancia costosa y discreta de Viktor. Él había dejado su estela al cruzar la habitación, y aunque ya no estaba a su lado, su presencia persistía, envolviéndol
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El abismo del placer
Apenas percibió que Viktor había finalizado de aplicarle el ungüento, se giró sobre sus talones.—Iré a descansar —le dijo sintiéndose algo incómoda.Él no le respondió, solo la observó. Dejó el frasco con ungüento sobre la mesita, tomó una servilleta, limpió su mano y agarró el vaso para terminar con el trago que tenía a medio acabar.Alina se encerró en la habitación, aunque sabía que era inútil; el sueño no llegaría con facilidad. Su mente seguía atrapada en las palabras de Viktor, en la confesión que le había permitido asomarse, aunque fuera por un instante, a la oscura profundidad de su alma. Hasta ese momento, solo había visto al monstruo que él se empeñaba en despertar, a la amenaza que se cernía sobre ella como una sombra inevitable. Sin embargo, por primera vez, vislumbró algo más allá de la máscara de frialdad: un atisbo de humanidad latente, oculta tras capas de violencia y control.El desconcierto se apoderó de ella. La atracción que sentía por él, esa fuerza inexplicable
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Su infierno, su cielo
Viktor abandonó la habitación en un intento desesperado de huir de sí mismo, de no sucumbir a la bestia que rugía en su interior, hambrienta, exigiendo salir. Su respiración era errática, su pulso martilleaba contra sus sienes como un tambor de guerra y el fuego que ardía en su vientre parecía a punto de consumirlo por completo. La necesidad primitiva de marcar, de poseer, de reclamar a Alina era sofocante, como si cada célula de su cuerpo estuviera envenenada con un deseo que no podía saciar.Se apoyó contra la puerta cerrada de la habitación del lado de la sala de estar, cerrando los ojos con fuerza. Inspiró hondo, tratando de recuperar el control, pero el eco de su respiración agitada solo lo hacía más consciente de la tormenta que lo sacudía. Su mandíbula se tensó. Su instinto le gritaba que volviera, que la tomara, que la hiciera suya hasta borrar cualquier resquicio de resistencia en su mirada. Pero no. No podía permitírselo. No cuando ella acababa de atravesar un momento de vuln
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La desaparición de Laura
Alina despertó con la mente nublada, atrapada entre la bruma del placer reciente y la realidad inquietante que se desplegaba ante ella. A su lado, Viktor dormía profundamente, con el cuerpo entrelazado al suyo en una prisión de carne y deseo. Su respiración era pausada, pesada, como la de un conquistador que descansa satisfecho tras haber reclamado lo que considera suyo, al haber saciado una necesidad instintiva que lo definía. Aun en el letargo del sueño, sus brazos la rodeaban con firmeza, posesivos, como si temiera que ella intentara escapar.Por simple curiosidad, Alina giró el rostro para observarlo y lo que vio la dejó sin aliento. No era el Viktor impenetrable, aquel cuya serenidad siempre ocultaba una amenaza latente, el que nunca mostraba descanso real. No. Lo que tenía frente a ella era distinto. Su expresión era tranquila, relajada, completamente despojada de tensión. Sus facciones, tan marcadas y a menudo severas, ahora parecían esculpidas en un estado de auténtica paz. Un
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Donde el miedo ya no habita
Viktor no hizo más caso al rechazo de Alina. En lugar de seguirla o insistir, se limitó a observarla un instante más con su habitual expresión impenetrable, luego se giró con parsimonia y caminó hacia su despacho. Al cerrar la puerta tras de sí, caminó hacía su escritorio y se recostó en el respaldo de su silla de cuero negro, entre los destellos dorados que filtraban las persianas, se colaba un destello de iluminación natural a la oscuridad que había en todo el mobilairio. Encendió un cigarro y se permitió una sonrisa apenas perceptible.«Ya se le pasará», pensó, con la misma arrogancia con la que siempre minimizaba los sentimientos ajenos.Alina, por su parte, permaneció en la sala de entretenimiento, con el cuerpo tenso y las emociones a flor de piel. Estaba demasiado enojada con él. Caminaba de un lado a otro sin poder concentrarse ni siquiera en la película que seguía proyectándose en la enorme pantalla ni en los libros que había intentado hojear.—Maldito ególatra… —susurró entr
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Entre el deseo y la destrucción
Molesto por sus respuestas evasivas y desafiantes, Viktor la tomó con fiereza, arrastrado por una furia contenida que apenas podía controlar. Sus dedos se cerraron en torno a sus brazos con autoridad, y sin darle oportunidad de apartarse, atacó su boca en un beso agresivo, sin ternura ni dulzura, un reclamo de poder y deseo. El cristal empañado de las ventanas de la camioneta tembló levemente cuando sus cuerpos se encontraron. Afuera, la noche envolvía el vehículo como una bestia acechante; adentro, solo existía el calor de un instinto que arrasaba con todo.Sin mayor reparo, Viktor le desabrochó la chaqueta y tiró de la blusa con movimientos secos, apresurados, dejando a Alina frente a él con apenas el sujetador que cubría sus turgentes pechos. La prenda era un obstáculo entre su piel y la de ella, y a medida que su mirada se posaba sobre su pecho, observó cómo los pezones comenzaban a endurecerse, traicionando el deseo que se encendía poco a poco. No se lo dijo. Solo lo sintió y lo
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El cuerpo como carnada
Después de ese encuentro tan intenso, la relación entre Alina y Viktor se tornó, por llamarlo de algún modo, más llevadera. No porque hubiera cariño, ni comprensión, ni siquiera una tregua verbal. No. Lo único que parecía funcionar entre ellos, lo único que les otorgaba cierta armonía, o al menos un respiro de las tensiones subyacentes, era el espacio compartido donde el deseo se desbordaba sin pedir permiso.Era en los rincones oscuros, en habitaciones cerradas, sobre superficies frías o sábanas revueltas, donde comenzaban a entenderse. Allí, sin máscaras ni discursos, hablaban el mismo idioma: el de la necesidad cruda, el del control compartido, el del sometimiento intermitente. Viktor encontraba en Alina algo que no sabía que buscaba: una sumisión silenciosa que no nacía del miedo, sino de una especie de resignación lúcida, casi desafiante. Pero también, cada tanto, surgía en ella un fuego inesperado que lo dejaba desconcertado.Ella, por su parte, aún no tomaba la iniciativa. No d
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