Después de ese encuentro tan intenso, la relación entre Alina y Viktor se tornó, por llamarlo de algún modo, más llevadera. No porque hubiera cariño, ni comprensión, ni siquiera una tregua verbal. No. Lo único que parecía funcionar entre ellos, lo único que les otorgaba cierta armonía, o al menos un respiro de las tensiones subyacentes, era el espacio compartido donde el deseo se desbordaba sin pedir permiso.Era en los rincones oscuros, en habitaciones cerradas, sobre superficies frías o sábanas revueltas, donde comenzaban a entenderse. Allí, sin máscaras ni discursos, hablaban el mismo idioma: el de la necesidad cruda, el del control compartido, el del sometimiento intermitente. Viktor encontraba en Alina algo que no sabía que buscaba: una sumisión silenciosa que no nacía del miedo, sino de una especie de resignación lúcida, casi desafiante. Pero también, cada tanto, surgía en ella un fuego inesperado que lo dejaba desconcertado.Ella, por su parte, aún no tomaba la iniciativa. No d
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