Berlín, AlemaniaEmiliaEntro a la mansión como si no perteneciera aquí, como si cada rincón me estuviera gritando que me largue, que ya no soy bienvenida. El silencio se siente distinto, más denso y pesado. Ya no hay calor en estas paredes, no para mí. Cada paso que doy me cuesta el doble, porque mi cuerpo pesa lo mismo que mi culpa.Y entonces veo a Helena. Está en el recibidor, y cuando me ve, su rostro se ilumina. Su expresión es tan sincera que por un instante, un solo y fugaz instante, que mi corazón se afloja.—¡Emilia! —corre hacia mí y me envuelve entre sus brazos, con fuerza, con calidez, con ese tipo de afecto que se siente como un hogar al que una vuelve después de haber sido arrastrada por una tormenta.Pero apenas me aprieta contra su pecho, yo me rompo.Me desmorono como si estuviera hecha de vidrio y hubiese esperado todo este tiempo el momento justo para quebrarme. Mis rodillas flaquean, pero ella me sostiene mientras un llanto profundo, rasgado y desesperado, brota
Leer más