Capítulo setenta y tres: donde vivimos nuestro romance.
Era un centro comercial. Ese era el lugar donde me quería traer tan desesperadamente. ―¿Qué necesitamos comprar con tanta urgencia que no se lo puedes pedir a alguien más? Por más que no me provocaba salir el día de hoy, me imaginaba que era algo muy importante y por eso se encontraba tan irritante. Pensé que había planeado una cita; una cena, a la luz de las velas, un picnic frente al atardecer, un paseo en globo aerostático. Pero no, era un maldito centro comercial. ―Algo muy valioso. Me tomó de la mano y avanzamos entre la multitud. Lo obligaba a detenerse cada vez que pasábamos frente a una tienda, lo que significa que era cada dos minutos. Debía admitirlo, tenía un problema que dudaba que existiera cura. No importaba si era una tienda de ropa o de utensilios de cocina; necesitaba urgentemente ver el precio, el diseño, el color, el tamaño. Cualquier cosa que se apareciera en la vitrina, quería verla. ―Mira esa podadora, ¿crees que sea más potente que la que tenemo
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