Soliictuda de divorcio.
Sebastián tensó la mandíbula mientras observaba a esos dos hombres que, como murallas de carne y músculo, impedían su paso hacia ella. La sangre le hervía en las venas, pulsando con fuerza en sus sienes, mientras sus puños se cerraban a ambos lados de su cuerpo, blanqueando los nudillos por la presión ejercida. Sus ojos, oscurecidos por la rabia, intentaban buscar un hueco, una fisura entre aquellos cuerpos para poder vislumbrar aunque fuera por un instante el rostro de la mujer que por siete meses había creído perdida. El ambiente en aquella habitación se había vuelto denso, casi irrespirable, cargado de tensión y de una electricidad invisible que parecía manifestarse en cada uno de sus movimientos. Los guardias, entrenados para situaciones como esta, mantenían una postura defensiva, con las piernas ligeramente separadas y los brazos extendidos, creando una barrera humana.—¡Quítense de mi camino! —rugió con una voz grave que parecía emerger desde lo más profundo de sus entr
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