Vittorio avanzaba alrededor de él, despacio, como un depredador que aún no ha decidido si va a matar a su presa o a aliarse con ella. Sus pasos eran seguros, su rostro tenso, la mirada fija en cada gesto, cada respiro que Antonio soltaba con esa sonrisa de medio lado, tan conocida como peligrosa.—Está bien —dijo por fin Vittorio, con voz grave—. Te ayudaré. Pero hay una línea que no vas a cruzar, Antonio. Y el primero, el más importante, es Aurora. No voy a dejar que le hagas daño a Aurora. No lo voy a permitir.Antonio alzó la mirada y la sonrisa se le ensanchó, abierta, sin máscaras, con esa seguridad de quien conoce bien las fisuras del otro.—¿Daño? —repitió, casi ofendido, casi divertido—-Jamás quise hacerle daño. La quiero, Vittorio. Al igual que tú. Además no es mi estilo. Aurora no es un obstáculo... es un símbolo. La queremos, sí. Tú, yo, incluso Dante. Pero aquí no estamos hablando de amor, Vittorio. Estamos hablando de poder, de estrategia, de supervivencia.Hizo una pausa
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