Roma caminaba lentamente por el pasillo, con el velo cubriendo su rostro y los latidos de su corazón resonando en sus oídos.Todo a su alrededor se desvanecía; las miradas de los invitados, el murmullo de las voces emocionadas, las luces cálidas de la iglesia… nada existía, excepto él.Giancarlo, estaba ahí, de pie, esperando por ella, con ese porte de hombre rudo y poderoso, apasionado, pero ella conocía su naturaleza tierna y amorosa, solo para ella.Sus ojos se encontraron con los de él, y en ese instante, todo el dolor, el pasado y las cicatrices se desvanecieron.Solo quedaban ellos dos y ese amor profundo que había renacido de las cenizas.Los gemelos Matías y Mateo la acompañaban, sujetando sus manos con ternura, como sus escudos del amor, mientras la pequeña Aria esparcía pétalos de rosa roja a su paso, como si estuviera tejiendo un sendero de amor y destino.Roma sentía que caminaba dentro de un sueño, uno que jamás imaginó que podría hacerse realidad.Cuando llegaron al altar
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