El bautizo de Juana Méndez Sáenz llegó y, con él, una emoción desbordante que se reflejaba en cada rostro. La capilla estaba decorada con elegancia y ternura: globos blancos flotaban en el aire, mientras que delicadas rosas blancas adornaban cada rincón, impregnando el ambiente con su suave fragancia.Aurora, con su vestido blanco impecable, sostenía a su pequeña hija en brazos, envuelta en una mantita de encaje, mientras Álvaro caminaba a su lado con orgullo en la mirada. Los padrinos, Valentino y Clara, se acercaron con una sonrisa radiante, listos para asumir su papel en la vida de Juana.El sacerdote comenzó la ceremonia con palabras cálidas y significativas, recordando la importancia de aquel momento. Al ver a su hija en brazos del cura, recibiendo el agua bautismal en su frente, Álvaro sintió un nudo en la garganta. Era una sensación única, indescriptible. Juana era su mayor bendición, y verla allí, rodeada de amor, le hacía sentir que todo en su vida tenía sentido.Cuando el sa
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