—Decías que mi mente era sucia, que lo malpensaba todo, que era una mujer sin tolerancia. Que ella era mi hermana, tu ángel de la guarda, y que cómo podía yo pensar de esa manera.Ante mi tono lleno de sarcasmo, David no pudo seguir diciendo nada.Él sabía perfectamente cómo había respondido cada vez que lo cuestioné en el pasado.Después de un rato, frustrado, se arrancó la corbata y la tiró sobre el sofá.—Esmeralda, tú y yo no somos iguales.—¿En qué no somos iguales? ¿En que yo agradezco sinceramente un favor, mientras que tú usas eso como una excusa para manipularme, torturarme y volverme loca?David sabía que entre hombres y mujeres debía haber límites, que debía haber respeto. Sabía que su comportamiento en el pasado había sido incorrecto. Pero, aun así, hacía lo que él mismo reprochaba.Y no solo lo hacía, sino que además me culpaba a mí.La única explicación posible es que lo hacía a propósito, quería torturarme, hacerme sufrir hasta volverme loca, para quedarse con todo y pod
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