La luz de la mañana se filtraba suavemente por las cortinas, tiñendo la habitación con un resplandor cálido y tenue. El silencio era espeso, casi reverente, como si el mundo entero supiera que algo importante acababa de suceder entre esas cuatro paredes.Valeska despertó con los párpados aún pesados, moviéndose despacio, como si su cuerpo se negara a abandonar la calidez del sueño. Por un momento, no supo dónde estaba. El aroma del lugar, el roce de las sábanas suaves contra su piel, el silencio a medias roto por una respiración que no era la suya… todo se sentía extraño y a la vez tranquilizador.Y entonces lo vio, a Lisandro, despierto, apoyado contra el respaldo de la cama, con el torso desnudo y el cabello revuelto, observándola como si fuese la respuesta a todas las preguntas que nunca se atrevió a hacer. Sus ojos tenían esa intensidad callada que la desarmaba; una mezcla de ternura, deseo contenido y un temor tan humano, tan real, que hizo que el corazón de Valeska se encogiera
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