—¡Aisling, abre la puerta! —rugió Alaric, golpeando con fuerza, la furia vibrando en su voz. No hubo respuesta, ni un solo sonido al otro lado. La impotencia crecía en su pecho—. ¡Aisling!. —Señor, ¿qué ocurre? —Gerd, su asistente, apareció en ese momento, alerta. —Ve a la recepción y consigue la
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