Lo vi sentado en su mesa, junto a Rebeca, compartiendo sonrisas y miradas llenas de complicidad. Y, sin poder evitarlo, mi mente viajó al pasado, a aquel primer encuentro en las oficinas de Mallorca, cuando todo comenzó.Pero esta vez era diferente.Esta vez nuestras miradas no se cruzarían, esta vez no habría un instante robado entre el bullicio de la fiesta. La vida nos había cambiado, nos había llevado por caminos distintos, y aunque el recuerdo de lo que fuimos seguía latiendo en algún rincón de mi alma, el destino ya había hablado.La mesa donde nos asignaron estaba llena de caras conocidas. Mis amigos de la oficina, mi confidente, incluso mi jefe. Y, por supuesto, Jacobo.Lo presenté con naturalidad, con el cariño que se merecía, y para mi alivio, todos lo recibieron con calidez. La conversación fluyó con facilidad, sin incomodidad alguna. Las risas se entrelazaban con las palabras y, aunque yo apenas participaba, me refugié en la comodidad de solo escuchar.Pero no a todos enga
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