Pov LeinaAbrí más la puerta y entré, cuidando cada paso que daba.Estiré la cabeza hacia la puerta abierta, mirando las dos siluetas que se movían en el sillón.La madancita, bien concentrada, montaba a ese despreciable Alfa, ambos dejando escapar gemidos bastante fuertes.Sin perder más el tiempo, corrí hasta el escritorio, abriendo cajón tras cajón, buscando algo útil. Todos, papeles sin de importancia, al menos para mí.Maldije al ver que el último cajón estaba cerrado con llave, pero ya esos trucos me los conocía por mi tío.Pasé la yema de los dedos por la orilla de abajo y, bingo, ahí estaba la llave. La agarré y abrí el cajón, donde solo había cuatro sobres.Los tomé para abrirlos y fue cuando hasta el aire de los pulmones se me congeló, al escuchar los pasos y las risitas venir hacia mí.Hice lo más inteligente que se me ocurrió en ese momento: meterme debajo del escritorio.—Aquí, ven, sobre el escritorio.Escuché el golpeteo, las cosas siendo removidas sobre mí, los gemidos
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