MONET DUPONTLa mansión Blackwood era un desastre. Y no me refiero a un desorden cualquiera, no, me refiero a un campo de batalla digno de una guerra entre pequeños «hooligans» armados con juguetes, pintura y, ¿era eso harina en el suelo? Sí, era harina. Me detuve en la entrada con los brazos cruzados, mirando con incredulidad el caos absoluto que me rodeaba. —Esto no es una casa, es un basurero. Un basurero caro, pero un basurero al fin —dije sin ocultar mi desdén.—Gracias por venir señorita Lily. No sé cómo hemos llegado a esto. —El mayordomo, que se veía al borde del colapso nervioso, nos miró con una mezcla de alivio y desesperación. —Oh, yo sí —repliqué señalando un jarrón roto cerca de las escaleras—. Dos niños descontrolados y una supervisión pésima. Listo. Caso resuelto. Pero no te preocupes, viejo, ya estamos aquí. —Hice una pausa al ver a los pequeños monstruos… digo, «niños», correr por el pasillo.Alex fue el primero en vernos. Sus ojos se iluminaron y, para mi sorpresa
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