El amanecer filtraba su luz pálida a través de los ventanales rotos del refugio temporal. Un silencio tenso llenaba el aire, roto solo por el tenue latido que Aurora sentía, no en sus oídos, sino dentro de su propio cuerpo. Un ritmo firme, constante, que no pertenecía a ella, pero que ahora definía su existencia: el latido de su hijo.Sentada en un rincón, su mano descansaba sobre su vientre, que, aunque apenas comenzaba a mostrar su curva sutil, ya sentía como un universo propio. La guerra, las batallas, incluso la traición de Vincent, se desdibujaban ante ese simple y poderoso recordatorio de la vida que crecía en su interior. Sin embargo, esa vida era un faro y una carga. ¿Cómo podía ser madre en un mundo que parecía decidido a arder?Miedos que no se nombranAurora observaba a Damien, que afilaba su espada al otro lado de la habitación. Su figura fuerte y segura contrastaba con la fragilidad que ella sentía en esos momentos. Aunque sabía que su magia la hacía poderosa, había una v
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