15. JUAN PABLO ACEVEDO, EMPRESARIO.
—¿Está seguro, don Noé? No quisiera que se sintiera obligada solo por la cercanía que tuvo con ese hombre.—Con tu padre —responde don Noé, en su tono habitual de abogado defensor—. No fue su culpa ignorar tu existencia. Estoy convencido de que, de haberlo sabido, habría accionado de otra manera.—Quizá, pero nunca lo sabremos —réplico, con la terquedad que me caracteriza—. Lo único que sé es que, gracias a usted, este viento de cambio está soplando.Mis ojos se desvían hacia mi gente, que espera pacientemente su turno para ser registrados. Algunos, especialmente los jóvenes, se muestran escépticos; su sangre ardiente les hace soñar con batallas heroicas como las de antaño. Sin embargo, aquí están, firmes, movidos más por su lealtad hacia mí que por cualquier otra razón. Lo sé bien: mientras yo cumpla con mi palabra, su fidelidad estará de mi lado.—Claro que estoy seguro —responde don Noé, su voz cargada de firmeza—. Será un orgullo para mí que lleves mi apellido.Lo observo con dete
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