Diego, por su parte, llegó a la casa que había regalado a Isabela. Al entrar, encontró la decoración tal como ella la había dejado. Cada mueble, cada color, cada detalle, todo hablaba de su esencia. Se sintió abrumado por la tristeza.Diego caminaba dentro de la casa, un espacio que había sido cuidadosamente decorado por Isabela. Cada rincón, cada mueble, cada detalle hablaba de su toque personal. Las paredes estaban adornadas con colores cálidos, y los muebles, elegidos con esmero, reflejaban su estilo único. Sin embargo, ahora todo parecía un recordatorio de su ausencia.Mientras recorría la sala, sus manos rozaban la superficie de la mesa de café, donde Isabela solía dejar sus libros de diseño. Diego cerró los ojos por un momento, imaginando el sonido de su risa, el brillo en sus ojos mientras hablaba de sus proyectos. Pero esa imagen se desvanecía rápidamente, reemplazada por la oscura realidad de su situación. Su mundo era un desastre; la confusión y la ira se entrelazaban en su
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