Isabela salió del hospital, sintiendo cada paso como una pequeña victoria personal. Su cuerpo aún no estaba completamente recuperado, pero su mente estaba decidida. No podía dejar que su familia siguiera controlando su vida. Necesitaba desaparecer, comenzar de nuevo en algún lugar donde nadie pudiera encontrarla.Mientras caminaba por las calles, su mente giraba en torno a un solo pensamiento: "la libertad". Había llegado el momento de tomar el control de su destino. Con el corazón latiendo con fuerza, sacó su teléfono y llamó a Daniel Mendoza, él le podría ser útil justo en esta situación."Daniel, necesito que me hagas un favor", dijo, tratando de mantener la voz firme, a pesar de que la ansiedad la consumía."Claro, Isa. ¿Qué necesitas?", respondió él, con esa calidez que siempre la reconfortaba."Quiero regalarle un boleto de avión a alguien, pero no quiero usar mi nombre. ¿Podrías comprarlo por mí?", mintió, sintiendo que cada palabra era un paso más hacia su libertad."¿A dónde?
Diego, por su parte, llegó a la casa que había regalado a Isabela. Al entrar, encontró la decoración tal como ella la había dejado. Cada mueble, cada color, cada detalle, todo hablaba de su esencia. Se sintió abrumado por la tristeza.Diego caminaba dentro de la casa, un espacio que había sido cuidadosamente decorado por Isabela. Cada rincón, cada mueble, cada detalle hablaba de su toque personal. Las paredes estaban adornadas con colores cálidos, y los muebles, elegidos con esmero, reflejaban su estilo único. Sin embargo, ahora todo parecía un recordatorio de su ausencia.Mientras recorría la sala, sus manos rozaban la superficie de la mesa de café, donde Isabela solía dejar sus libros de diseño. Diego cerró los ojos por un momento, imaginando el sonido de su risa, el brillo en sus ojos mientras hablaba de sus proyectos. Pero esa imagen se desvanecía rápidamente, reemplazada por la oscura realidad de su situación. Su mundo era un desastre; la confusión y la ira se entrelazaban en su
La voz de su hombre al otro lado de la línea era firme, pero Diego no podía esperar. La ansiedad lo consumía. “No quiero excusas. Quiero resultados. Isabela debe estar bien.”Colgó el teléfono y se quedó mirando por la ventana. La lluvia comenzaba a caer, cada gota un reflejo de su tormento interno. La casa, una vez llena de risas y amor, ahora parecía un mausoleo de recuerdos. Se sentó en el borde del sofá, la cabeza entre las manos, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor.Cada momento sin Isabela era una tortura. La idea de que ella pudiera estar sufriendo, de que la hubieran herido, lo llenaba de una desesperación profunda. “No puedo dejarte, no me perdonaré, te he hecho daño Isabella,” se repetía a sí mismo.Mientras la lluvia caía, Diego recordó los momentos felices que había compartido con Isabela. Las risas, las conversaciones profundas, los sueños que habían construido juntos. Todo eso parecía tan lejano ahora. La distancia entre ellos era abrumadora.Decidido a
Ambos se dirigieron al balcón, alejándose del bullicio familiar. Lucas, con un gesto de preocupación, le dijo: “No tengo noticias de Isabela. Ella estaba a cargo de un proyecto y luego desapareció. Siempre dice dónde está, pero esta vez, nadie sabe.”Diego sintió un nudo en el estómago. “¿Qué quieres decir con que desapareció?” preguntó, su voz temblando. “¿Desde cuándo?”“Desde después de la graduación,” respondió Lucas, su mirada sombría. “Quería ir al extranjero, pero no sabemos si se fue. Si ella se hubiera ido, nosotros lo sabríamos. Isabela es una chica muy prometedora, amaba con el corazón y su futuro era brillante. Pero ahora, nadie sabe dónde está.”Diego sintió que el mundo se le venía encima. “¿Has hablado con sus amigas?” preguntó, sintiendo la angustia crecer en su interior.“Sí, pero no saben nada,” respondió Lucas, frunciendo el ceño. “Es como si estuviera, tan lejos y tan cerca al mismo tiempo. Le he preguntado a su detestable hermana Clara, pero no dice nada como que
Cuando llegó a su casa, el lugar que Isabela había decorado con tanto amor, sintió que el aire se volvía pesado. Cada rincón de esa casa era un recordatorio de ella: los colores cálidos, los muebles elegantes pero acogedores, los pequeños detalles que reflejaban su personalidad creativa. Diego se dejó caer en el sofá, cubriéndose el rostro con las manos. “Isabela… mi Bella…”, murmuró, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con brotar. Su corazón estaba roto.Sin embargo, sabía que debía ser fuerte. Por ella. Por la mujer que había soportado tanto dolor, que había sido traicionada y abandonada por aquellos que debían protegerla. Clara, su hermana, era una de las culpables principales. Había hecho lo posible por estar cerca de él últimamente, pero Diego ya no le permitía entrar a su oficina sin aviso. No podía soportar verla, sabiendo que había sido ella quien había causado tanto sufrimiento a Isabela.Un día, mientras Diego trabajaba, escuchó a Clara insinuar cosas sobre Isabela a algu
Ambas estallaron en carcajadas, y por primera vez en mucho tiempo, Isabela sintió que podía sonreír sin que las lágrimas la siguieran al segundo. Fue un momento pequeño, pero significativo. Nadia estaba logrando algo que nadie más había logrado en meses: devolverle a Isabela un poco de alegría.Con el tiempo, Nadia comenzó a involucrar más a Isabela en su vida diaria. La acompañaba a hacer sus compras en el mercado local, donde los colores vibrantes de las especias, las telas y las frutas frescas llenaban el aire de vida. Nadia convenció a Isabela de comprar telas tradicionales marroquíes, y juntas eligieron colores y patrones que reflejaban la cultura del lugar. Luego, Nadia la ayudó a vestirse como una marroquí, mostrándole cómo envolver un caftán y cómo usar un pañuelo con gracia. Isabela, al mirarse al espejo, apenas se reconoció, pero por primera vez en mucho tiempo, no le desagradó lo que veía.Nadia también la llevó a pequeñas celebraciones locales, fiestas menos concurridas do
El doctor terminó de examinar a Isabela, quien yacía en la cama del hospital, con el rostro pálido y una venda alrededor de su cabeza. Khalid estaba de pie junto a la puerta, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, observando cada movimiento del médico. Nadia, sentada al lado de la cama, sostenía la mano de Isabela, tratando de calmar sus propios nervios. Cuando el doctor le preguntó su nombre, Isabela frunció el ceño, confundida.“¿Mi nombre?” repitió, como si fuera una pregunta extraña. Miró a su alrededor, buscando algo que le diera una pista, pero su mente estaba completamente en blanco. “No lo sé… no lo recuerdo.”Nadia sintió un nudo en el estómago. “Isabela,” dijo suavemente, apretando su mano. “Te llamas Isabela Montoya.”Isabela la miró, pero sus ojos estaban llenos de confusión. “¿Isabela?” repitió, como si la palabra no tuviera ningún significado para ella. Luego, su rostro cambió, y una expresión de pánico apareció en sus ojos. “El niño,” murmuró, su voz quebrándose. “
Rami, por su parte, no se separaba de Isabela. Pasaba gran parte del día en su habitación, jugando a su lado o simplemente observándola con sus grandes ojos oscuros. Para él, Bella era el centro de su pequeño mundo. Su niñera, que solía tener problemas para mantenerlo tranquilo, ahora se sorprendía de lo bien que se portaba.“Es como si ella fuera su madre,” comentó la niñera un día, mientras observaba a Rami jugar con Isabela en el jardín del palacio.Khalid, que estaba cerca, escuchó el comentario y asintió en silencio. Aunque no lo decía en voz alta, sentía lo mismo. Desde que su esposa lo había abandonado, dejando a Rami atrás, Khalid había hecho todo lo posible por ser un buen padre. Pero ver a Rami tan feliz con Isabela le hacía darse cuenta de cuánto necesitaba una figura materna en su vida.Aunque Isabela seguía sin recordar quién era, Khalid estaba decidido a ayudarla a recuperar su identidad. Después de investigar sobre su pasado, descubrió que era diseñadora de interiores.