El vestíbulo de la mansión Agosti era un espacio amplio, majestuoso, decorado con mármol blanco y columnas que reflejaban un estilo clásico y frío. Pero en ese momento, para Massimo Agosti, no había nada que pudiera calmar el fuego que ardía en su pecho. Caminaba de un lado a otro, sus pasos resonando en el eco del lugar, mientras sus manos se cerraban en puños. Su mirada, fija en el reloj que colgaba de la pared, parecía rogar porque el tiempo avanzara más rápido.—Massimo, por favor, siéntate. —La voz de Ana, su madre, lo sacó de sus pensamientos. Estaba sentada en un sillón cercano, con las piernas cruzadas y un vaso de té en las manos.—¿Sentarme? —repitió él, girándose hacia ella, la frustración evidente en sus palabras—. ¿Cómo se supone que esté tranquilo mientras ellos están ahí arriba con Blair?Ana lo observó con una expresión que combinaba cansancio y paciencia.—Blair no es una mujer tonta. Sabe lo que hace. —Ana dejó el vaso sobre la mesa y lo miró fijamente, con una leve
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