Frente a las acusaciones descaradas de Diego, ya no tenía ganas de discutir. Él nunca creía haber hecho algo mal.—Los papeles de divorcio se pueden imprimir cien veces en un minuto. No tiene caso que sigas evitándolo —le dije.Diego se levantó furioso, tirando la silla al suelo con estrépito. Caminaba de un lado a otro como un perro rabioso, tratando de calmarse.—Cariño, si tanto te preocupa, puedo firmar un acuerdo o incluso hacer un testamento. Te prometo que no reconoceré al hijo de Lucía ni le dejaré herencia. ¿Eso te tranquilizaría?Suspiré profundamente. ¿Por qué seguía sin entender? Los bienes se podían dividir en un testamento, negro sobre blanco. Pero, ¿y los sentimientos? ¿Acaso se podían controlar así de fácil?Viendo crecer al niño, quizás pareciéndose cada vez más a él... La sangre llama, ¿cómo no iba a conmoverse? Si aún confiara en él, sería la más tonta del mundo.—Diego, no me importa a quién quieras proteger por diez años, con quién quieras tener hijos o en quién ga
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