El colmo fue cuando los escoltas de Ethan se acercaron a abrirle la puerta a Cloe, inclinándose ligeramente con un respeto que parecía reservado para la realeza. Leila apretó los dientes, tratando de no mostrar su envidia desbordante. —Buenas noches, señorita Cloe, sea bienvenida a casa —dijo el mayordomo al recibirlos en la entrada, inclinando la cabeza ligeramente. Cloe sonrió feliz de verlo y le agarró las manos con cariño.—Tiempo sin verte, Joaquín…—Mayordomo, ¿acaso nosotros no somos nadie? Pareces olvidar que también somos los señores de esta casa —exclamó Leila, sintiéndose desatendida por el mayordomo.—Lo siento, señorita. Adelante, la señora los espera en el salón principal — respondió de manera seca, ya que no sentía aprecio por Leila, quien desde niña había tratado a los empleados como basura, a diferencia de Cloe, que siempre era respetuosa y cariñosa con todos, sin hacer distinciones.Cloe, nerviosa y sin pensarlo, tomó del brazo a Ethan, quien, impasible como siem
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