Dantes se despertó de golpe, su cuerpo empapado en sudor y el pecho subiendo y bajando rápidamente. El grito ahogado que escapó de su garganta resonó en la habitación oscura, lleno de dolor y desesperación. Sus ojos grises, normalmente tan intensos y dominantes, ahora estaban desbordados de miedo. Se sentó de un salto en la cama, apretando los puños contra las sábanas, tratando de calmar la respiración desbocada. Lirio se despertó al instante. El instinto protector en su interior la llevó a acercarse rápidamente. Sin decir una palabra, colocó una mano suave sobre el brazo tenso de Dantes, sintiendo cómo sus músculos vibraban bajo su piel. Sabía que hablar de inmediato no ayudaría. Naiko, su lobo, volvía a repetir esos recuerdos dolorosos en los que ahora solo visualizaba a Lirio en ellos. —Dantes, estoy aquí —susurró finalmente, su voz tranquila y suave como una brisa, esperando no asustarlo más. Lentamente, él giró su rostro hacia ella, sus ojos brillando con el tormento de los
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