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ENTRE JERINGAS Y ESPERANZA
A la mañana siguiente, el sol acariciaba los ventanales de la mansión con una luz dorada y tibia, filtrándose entre las cortinas con la suavidad de una caricia. Todos desayunaron juntos, pero el ambiente estaba contenido, como si cada gesto pesara más de lo habitual. Leonardo y Alessa apenas probaron bocado.— ¿Listos para ir al hospital? —preguntó Isabella con suavidad, rompiendo el silencio.—Listos —respondió Alessa, aunque su voz temblaba como una hoja al viento.Leonardo le tomó la mano con firmeza. —Vamos. Sea lo que sea, lo enfrentaremos juntos.El trayecto al hospital transcurrió en un silencio absoluto. Solo la presión cálida de la mano de Leonardo, entrelazada con la suya, le recordaba a Alessa que no estaba sola. Al llegar, el olor inconfundible a desinfectante mezclado con el miedo reprimido los envolvió de inmediato. Los pasos de ambos resonaban con eco sobre el suelo de mármol pulido, cada pisada era un latido más cerca de una verdad que ambos temían escuchar.El aire er
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NOCHE LÁGRIMAS Y PROMESAS ROTAS
Amaneció como cualquier otro día... o eso parecía. El aroma a café recién hecho y croissants horneados inundaba el comedor principal de la mansión. La luz del mañana se filtraba entre las cortinas de seda, iluminando la larga mesa donde desayunaban los Rossi. Todos menos dos: Alessa, que seguía descansando en su habitación, e Isabella, quien había salido al amanecer con una excusa perfecta: “Iré por flores y luego a ver un cliente en el resort”.Chiara, sentada entre Charly y Don Marcos, balanceaba suavemente al pequeño Marcos en su regazo mientras le daba el biberón. El niño, con los ojos brillantes, jugueteaba con sus dedos, distrayéndola de notar lo tenso que estaba Charly.— ¿No crees que hoy Isabella está más misteriosa que de costumbre?—preguntó Chiara a Francesco, quien casi atragantó su jugo de naranja.— ¿Misteriosa? ¡No! Solo… comprometida con el cliente —tartamudeó, intercambiando una mirada fugaz con Leonardo.Mientras tanto, en el club, Isabella revisaba cada detalle con
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HERIDAS QUE NO CIERRAN
El vehículo se sacudía violentamente al avanzar por la carretera encharcada. La sirena, un lamento desgarrador, cortaba la noche mientras la lluvia martillaba el techo metálico con furia insistente. Dentro, el ambiente era denso, cargado de urgencia y miedo. El aire olía a sangre, a sudor y a plástico estéril.Alessa yacía en la camilla, el cuerpo apenas contenido por las correas. Su pecho se alzaba de forma errática bajo la sábana térmica, y cada exhalación empañaba la mascarilla de oxígeno con un débil velo de vaho. El monitor cardíaco pitaba sin cesar, como un metrónomo que marcaba los latidos de una pesadilla.Parpadeó, solo una vez. Y allí estaban: las uñas perfectamente pintadas de rojo de su madre abriéndole la boca a la fuerza. «Tómalas, Alessa. Serás libre… y nos liberarás a todos.»La voz era un susurro que arañaba desde el pasado. El sabor sintético a menta falsa de las pastillas se mezclaba con el de sus lágrimas calientes.—Presión bajando a 80/50 —gritó un paramédico, mi
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