Helena se siente en las nubes, como si su alma flotara, sin percepción de su cuerpo. Solo puede sentir los labios de Alejandro sobre los suyos, moviéndose con total libertad, mientras sus manos descansan sobre su cintura, haciéndola experimentar miles de emociones juntas. Alejandro, con habilidad, logra que Helena abra su boca para introducir su lengua, intensificando el beso. Sus manos acarician la espalda descubierta de Helena, recorriendo su piel con los dedos. Es incapaz de dejar de besarla, de sentir sus labios, de percibir su excitación. Todo lo hace perder por completo la razón... hasta que recuerda quién es ella. Entonces, como si se quemara, se aparta de golpe, completamente consternado y enojado. —¡Basta! ¡Basta! ¿Te das cuenta de lo que acabamos de hacer, Helena? —exclama, furioso con ella y consigo mismo, golpeando la pared lleno de frustración. —Lo siento... yo... fui la culpable... —responde ella al borde de las lágrimas. Hace un momento se sentía en el cielo, y ahora
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