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CLX Sólo mentiras
—Nunca sentí un dolor tan intenso, lo máximo que me había quebrado antes habían sido un par de uñas. Pasado el mediodía, Libi por fin pudo ver a Marcelo y saber de su estado. Él sonreía, pese a la horrorosa situación que lo había llevado hasta allí. —Lo lamento, Marcelo —le decía Libi, con los ojos llorosos y sin soltarle la mano. —¿Por qué, bella? ¿Qué podrías haber hecho? Tu deber era proteger a la bambina. —Sí, pero... —Nos hizo falta tu martillo. Incluso herido como estaba él tenía energías para bromear. Si ella hubiera tenido su martillo, tal vez el ladrón ahora estaría muerto. Y Espi la habría visto matándolo. —¿Y la bambina? —No dejan entrar niños, está afuera... con Irum. —Ya veo. ¿Tú lo llamaste? Libi negó y se acercó más a Marcelo. Empezó a susurrar, mirando de vez en cuando hacia la puerta. —Él llegó solo y nos encontró aquí en el hospital. Dijo que rastreó mi teléfono. —Eso es un tanto... excéntrico. ¿Está molesto porque saliste conmigo? —No me ha reclamad
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CLXI Esa verdad no
Irum jugueteaba con un lápiz sentado a la gran mesa en el salón de reuniones del sexto piso. Su cuerpo estaba allí, pero su mente no. Lo mantenían distraído pensamientos del futuro, de la audiencia de formalización de cargos en contra de Libi y del rumbo que tomarían sus planes. Detestaba cuando las circunstancias terminaban apremiándolo y lo hacían acelerar el transcurso de los mismos. ¿Por qué nadie podía respetar sus tiempos?—Como pueden ver en esta gráfica, el balance de...La puerta de la sala de reuniones se abrió de golpe, atrayendo todas las adormiladas miradas de los ejecutivos que presenciaban una magistral presentación sobre los balances del último mes, que no resultó ser ni por asomo tan estimulante como la mujer que entró cargando una pistola.Fuera de sí, los ojos enloquecidos de la pelirroja recorrieron los rostros de los asistentes, que brincaron de sus sillas, sin saber si salir corriendo o meterse debajo de la mesa. Se detuvieron al encontrar a Irum y a él lo apuntó
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CLXII Por sus sueños
No salieron esta vez de la boca de K palabras cargadas de tibieza como «tranquilízate», «se positiva» o la peor, «todo estará bien». La ingenuidad que había en él se había quedado en el sótano y sus vapores nauseabundos. —La señal del teléfono de Libi cuando te envió ese mensaje la ubica a pocos metros del edificio de HK —dijo él, que repartía su atención en cuatro pantallas a la vez. —Es la empresa de Irum. Siempre tiene que estar metido en todo. ¡Cuanto lo detesto! En la pantalla superior izquierda, K empezó a rastrear la posición del teléfono de Irum también. Actualmente ambos teléfonos estaban apagados. —¿Será que ese infeliz se la llevó de nuevo? —Lucy no perdió tiempo y llamó a Alejandro—. ¡¿Cómo?!... ¡¿Cuándo?!... No... ¡¿Qué?! No lo sabía... Bien. Si te enteras de algo más, por favor, avísame. —¿Irum se la llevó? —preguntó K cuando Lucy terminó su llamada. —Alejandro dice que ella se lo llevó a él, que llegó amenazando con una pistola y que antes de eso estuvo en la cár
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Epílogo
«Dime todo lo que sepas de los padres de Espi» Libi terminó de escribir el mensaje para Lucy y mantuvo el teléfono en sus manos. En veinte minutos llegarían al lugar que marcaba el GPS en el maletín de Espi. —¿Por qué había un GPS en su maletín? —le preguntó a Irum, mirando siempre al frente. —Es algo bastante común en las grandes empresas. Todos los altos ejecutivos de HK tienen uno y ella es mi hija, debía tener uno igual —Irum la miraba a cada instante mientras conducía. Estaba más calmada, pero seguía temblando. Libi asintió, sintiendo el cosquilleo de una lágrima al rodarle por la mejilla. —Entonces... ¿no pusiste la cámara en mi habitación? Libi la llevaba en su bolso y la puso sobre el tablero, tan real como su teléfono o el de Irum, que los guiaba a su destino. —No, Libi, yo no la puse. —¿Y tampoco golpeabas mi puerta y mi ventana? —Ya te había dicho que no. Ella tecleó en su teléfono. Tal como él le había sugerido buscó evidencias. Reprodujo el archivo de audio
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