Luca se encontraba sentado en el amplio sillón de cuero en el despacho que hasta hace unos días había pertenecido a Leonardo. La luz suave de la mañana se filtraba a través de los ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad de Nueva York, pero Luca apenas la notaba. Sus ojos recorrían el escritorio de madera oscura, impecable y vacío, como si estuviera esperando que algo finalmente ocurriera. El espacio irradiaba poder, un poder que ahora le pertenecía.Aunque debería sentirse eufórico, lo que sentía era una mezcla de emociones: satisfacción, sí, pero también una inquietud que no podía definir del todo. Había deseado este puesto durante tanto tiempo, siempre a la sombra de Leonardo, siempre relegado a un papel secundario, pero ahora que estaba aquí, algo se sentía diferente. La victoria, tan ansiada, tenía un sabor amargo, en parte por las artimañas que había empleado para conseguirla. Traicionar a Isabella y al mismo Leonardo había sido un precio alto a pagar, pero Vale
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