ARDIANLos días en las minas del castillo se arrastraban como un castigo, cada golpe de mi pico resonaba en mi mente, brutal, exasperante. La oscuridad de la caverna parecía engullir no solo la luz, sino también cualquier atisbo de alegría, que pudieran mostrar los omega y rebeldes que trabajaban conmigo. Entre el polvo y el sudor, mis pensamientos volaban lejos de aquel lugar, hacia Leni, la única luz que aún iluminaba mi vida. Las manos me dolían, pero el verdadero tormento era el que me corroía por dentro: Nadav, los gemelos Halston, Melisa y yo estábamos atrapados en este infierno, y no sabía nada de mi mejor amigo, Reinhold. Los rumores que circulaban entre los trabajadores de las clases sigma y omega eran inquietantes. Hablaban de mi hermana menor, Leysa, y de mi pequeño sobrino, Don, encerrados en la torre alta del castillo. La imagen de Leysa, desesperada y angustiada, me perseguía mientras golpeaba la roca. Un sudor frío me recorría la espalda al imaginar su sufrimiento. La
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