Rosi estaba al borde de la explosión. Antonio, con su propuesta aberrante, la había llevado al límite, y ella no estaba dispuesta a seguir jugando su juego.— Antonio, no puedes hacer esto. — Rosi apretó los puños, mirando a su esposo con desprecio.— ¿Por qué no? ¿Acaso no quieres ayudar a tu hija y a Galeano en este momento de crisis? — Antonio cruzó los brazos, desafiante.— ¿Mamá, acaso no quieres que Galeano y yo vengamos a vivir aquí? — Alicia, la hija de ambos, no pudo evitar unirse a la conversación, con los ojos llenos de expectación. Ella más que nadie quería ayudar a Galeano en ese momento de crisis. Rosi se encontraba atrapada entre la espada y la pared. Por un lado, no podía quedar mal ante su hija y dejar que creyera que no quería brindarles su apoyo. Por otro, Antonio estaba logrando su cometido. No le quedó más opción que aceptar la propuesta.— Hija, no es lo que piensas. Creo que una pareja recién casada necesita privacidad, pero no tengo inconveniente en que venga
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