—Padre nuestro, que estas en los cielos… —El viejo reloj en la pared, marcaba las cuatro y media de la mañana, y las monjas de aquel antiguo convento, comenzaban su día a día atendiendo a los pequeños huérfanos. Las cocinas comenzaban a soltar los olores de sus deliciosas comidas, y Jenica Petre, por primera vez en muchos años, se sentía como en casa…en aquel mundo que ahora la rechazaba.—Hermana Jenica, por favor, acompáñenos en nuestras oraciones matutinas. — ofrecía la madre superiora.Jenica se abrazó a sí misma. Amaba orar, amaba elevar oraciones hacia el Dios del cielo, sin embargo, sabía que ya no era ni seria nunca más escuchada. Desde que recibió aquella ponzoña del cuarto príncipe, ella se había convertido en una maldecida más…en un rechazado más en el amor de dios.—Yo…madre, quizás, lo mejor para todos sea que me vaya, pues mi amo y señor regresará pronto a buscarme, y el…temo lo que pueda llegar a hacerles a ustedes y a los niños. El cuarto de los príncipes es, quizás,
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