—No, Lexy, no tengo hijos y no, no estoy casado —contestó él y se acomodó en la cama para continuar—. Cuando vivía aquí tenía una novia que se llamaba Laura, salí con ella por tres largos años y, cuando entendió que debía mudarme por trabajo, quiso retenerme a su manera —confesó y Lexy se acercó un poquito más—. Me dijo que estaba embarazada y le creí, me ilusioné y soñé despierto por nueve meses. —Se frotó las manos y miró a Bouvier con ternura—. Un poco antes de que el bebé naciera, recibí un correo electrónico de un desconocido, decía que ese bebé no era mío... Disimulé con Laura y su familia por un par de semanas, hasta que el bebé nació y solicité un par de muestras de ADN para paternidad.—Ay, no —jadeó Lexy cuando la tristeza se dibujó en los ojos del hombre.—Ay, sí —respondió él, riéndose y negando con la cabeza—. No era mi hijo, nuestros ADN no coincidían en nada. Ella me denunció y terminamos en tribunales con una historia que hizo ruido por meses —explicó a grandes rasgos
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