Cuando entré a la sala, vi que el saco negro y la corbata de Sebastián estaban colgados en el brazo del sofá. Él salió de la cocina con una botella de agua en la mano, desabotonando con destreza los dos primeros botones de su camisa. Un gesto tan simple, pero en él, resultaba tan atractivo que no pude evitar mirarlo un poco más.Antes, solo tenía ojos para Hugo. Aunque la gente decía que Sebastián y Hugo estaban a la par, yo siempre pensé que Hugo, con su calidez y amabilidad, era mucho más perfecto que ese príncipe inalcanzable que parecía Sebastián.Pero cuando la verdadera cara de Hugo se reveló «su oscuridad, su crueldad, su egoísmo», me di cuenta de que compararlo con Sebastián era, en realidad, un insulto.—Jefe, vine a recoger unas cosas para Ellen —le dije cuando levantó la vista hacia mí, con el ceño ligeramente fruncido.Sebastián destapó la botella y tomó un sorbo de agua.—Stefan ya te dio la clave, ¿no? Anótala, y la próxima vez entra directamente, no necesitas tocar el ti
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