Capítulo 193
—Dame la mano.

Un par de minutos después, Sebastián regresó a la cocina con un tubo de pomada en la mano. Sin decir nada, cerró el grifo.

—Ya no me duele —le aseguré.

La quemadura en mi dedo apenas había dejado una marca roja de un centímetro. Según mi experiencia, no era necesario aplicar pomada; no dejaría cicatriz.

—Sécate la mano.

Parecía que no había escuchado lo que dije, porque me extendió un pañuelo a cuadros azul oscuro.

Ante su seriedad, no me quedó más remedio que aceptarlo con resignación.

—Tu padre me dijo que eras muy sensible al dolor, que con la más mínima cortadura llorabas.

—Eso fue antes.

En ese entonces, me aprovechaba del cariño de mis padres para mimarlos con mis caprichos. Ahora, aparte de poder quejarme con mi mejor amiga, Diana, ya no había nadie más que me protegiera o consintiera.

—Hugo sí que te cambió. Logró que alguien tan sensible como tú se volviera una roca, e incluso aprendiera a cocinar.

Las palabras de Sebastián tenían un doble sentido, y entendí lo
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