Celeste, con una suave sonrisa, llenó de nuevo su copa de vino y miró a Juan con ternura. —Aunque nunca me has contado todo lo que has pasado estos años, sé que esto no ha sido fácil para ti.—Perdóname, hermano, por no haberte encontrado antes y cuidarte como lo merecías.De repente, su voz se quebró y comenzó a llorar desconsolada, cubriéndose la boca con la mano mientras las lágrimas caían de forma incontrolable.Juan se le acercó y, con suavidad, le dio unas palmaditas en el hombro. —Hermana, esto no es culpa tuya. Nos separamos por cosas del destino, no por tu culpa.Celeste, todavía llorando, lo abrazó con fuerza y, entre llantos, dijo: —Pero me duele, Juan. Tú solo tenías ocho años cuando pasó todo esto.—Ya, ya... No llores más. Estoy aquí y ahora y estoy bien, — la consoló Juan, acariciándole suavemente la espalda.A pesar de sus palabras, los ojos de Juan también se humedecieron un poco.Celeste lo consoló, pero no lo soltó ni una sola vez. Después de varios segundos de silen
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