La habitación estaba oscura y el aire era espeso, cargado de un olor metálico que no podía identificar del todo. Podía sentir el miedo recorriendo mi piel como una corriente eléctrica, pero sabía que tenía que mantenerme fuerte, por mi hijo, por Lucía. Ella estaba desfalleciendo, su respiración era cada vez más superficial y podía ver cómo sus párpados se cerraban lentamente.— ¡Lucía! — grité, sacudiéndome, como si con eso pudiera alcanzarla —. ¡No te duermas, por favor! Necesito que te mantengas despierta.Pero mis palabras parecían no llegarle. Estaba tan débil, su cuerpo apenas respondía. De repente, la puerta se abrió de golpe y tres hombres entraron, sus pasos resonando en el suelo de cemento. Antes de que pudiera reaccionar, dos de ellos la tomaron por los brazos y la arrastraron a otra silla frente a mí.— ¡Suéltenla! — grité desesperada, luchando contra mis propias ataduras —. ¡No le hagan más daño!Mis palabras cayeron en oídos sordos. La colgaron delante de mí, sus muñecas
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