KATIA VEGAComo bien le había dicho, ante la mesa no solo estaba la familia, sino los peones, capataces y todo aquel que servía en la finca. Cocineros y conserjes, recolectores, jefes y empleados. El comedor estaba abarrotado. Sentado frente a mí, Marcos no dejaba de verme con intensidad, incluso sus ojos se veían más claros que de costumbre. Otra cosa de la que me percaté fue que Samuel no dejaba de aprovechar cada oportunidad para acercarse a él. La sangre llamaba y estaba segura de que mi pequeño no pasaba desapercibido el parecido entre él y ese hombre que apenas había conocido. Llegó un momento donde Marcos lo sentó en su regazo y juntos comieron del mismo plato en completa armonía. —Es curioso verlo así, ¿no? —preguntó Rosa—. No te imaginas que un hombre como él sea capaz de salir de su zona de confort. Como por ejemplo su pitbull amaestrado. Ambas volteamos hacia el licenciado Garza, quien comía en completo silencio, sin hacer gestos, pero con las miradas de cada fémina en
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