Isabella, con el corazón latiéndole con fuerza, siguió a Jameson por el pasillo de la casa de playa. La tenue luz de las lámparas de pie apenas iluminaban el camino, creando sombras alargadas que parecían bailar en las paredes. El sonido del mar rompiendo contra la costa se filtraba a través de las ventanas abiertas, añadiendo un aire melancólico a la escena. Finalmente, ella alcanzó a Jameson frente a la puerta de la habitación de él. Con determinación en sus ojos, lo encaró y le rogó que no entregara el anillo a Franklin. —¡El anillo, Jameson, no me importa qué hagas con él! ¡Pero no se lo des a ese hombre de regreso, por favor! —sus palabras resonaron en el pasillo vacío, llenas de desesperación. Sin embargo, Jameson la miró con frialdad, su mano aferrando con firmeza el objeto que simbolizaba tanto dolor para Isabella, que seguidamente guardó en el bolsillo de su pantalón. El pasillo parecía estrecharse a su alrededor, como si el destino mismo estuviera cerrando l
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