Kendra, mi madre. Esa frase se repitió en la mente de Dima durante todo el día, Dasha no termino de comprender que fue lo que le afecto tanto al custodio, ya que no volvió a decir ni media palabra después de eso, solo se mantuvo a la espera de nuevas órdenes, por parte de su jefa, ni siquiera ingreso al mausoleo, solo se quedó allí, de pie, en la entrada del mismo, observando la foto de Kendra, viendo esos ojos celestes que una vez le ayudaron a olvidar los verdes azulados de Victoria Zabet, el rostro de quien Dasha dijo ser su madre, estaba casi igual a la última vez que Dima la había visto, tan joven, tan bella, con esa noche eterna por cabellera, Kendra, la llamo Dasha, pero para Dima era Cielo, así se había presentado aquella mujer 29 años atrás. — Cielo, ese es mi nombre, Cielo Benet. Incluso recordaba su voz, tan melodiosa, tan propia de una joven en busca de aventuras y claro, él era un hombre ya mayor, uno al que la vida se le estaba pasando amando a una mujer que jamás lo
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