Aunque cada día, físicamente, Tania se sentía agotada y adolorida, su espíritu comenzaba a experimentar un cambio positivo. Ya no se resignaba al simple hecho de soportar los malos tratos de la gente de SupraCorp, sino que empezó a prestar más atención a lo que hacían, a sus rutinas, a sus maneras de llevar a cabo sus investigaciones y a los comentarios que hacían durante las pruebas o a espaldas de sus supervisores. Se percató de la existencia de tres grupos definidos: los que obedecían de manera ciega las instrucciones y vigilaban que otros también lo hicieran, como Carlos, los que obedecían aunque compartían en secreto con el grupo sus preocupaciones y opiniones, como Flora, la mujer que le dio la bienvenida al llegar a esa instalación, y los que actuaban siguiendo directrices sin comprender lo que allí sucedía, solo esperando la cristalización de las jugosas recompensas ofrecidas, sin ofrecerle lealtad a nadie, como el caso de los chicos que formaban parte del grupo que siempre se
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