Tras llamar al timbre, la puerta se abrió prácticamente de inmediato, como si Elizabeth estuviera al otro lado, esperándolos con impaciencia. La luz tenue del recibidor apenas iluminaba su rostro, creando un aura de misterio a su alrededor. Sus ojos, cansados pero determinados, se clavaron en los de Alex y de Andrea, como si pudiera leer en sus almas. El silencio se hizo presente por un instante, antes de que Elizabeth rompiera el hielo con un gesto hacia el interior de la casa. —Por favor, pasen —los invitó, haciéndose a un lado, para permitirles entrar.Andrea y Alex intercambiaron una breve mirada, antes de asentir y adentrarse en la vivienda.—Vamos a la biblioteca —repuso la anciana, tras cerrar la puerta con cuidado—. Allí podremos hablar mucho más cómodos.Tras decir esto, Elizabeth comenzó a andar, y Alex y Andrea, la siguieron en silencio.Una vez en el interior de la opulenta biblioteca, la mujer se sentó en uno de los sofás frente a la chimenea y, con un gesto de la mano,
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