Al ver que Camila había cerrado los ojos y que su respiración era mucho más acompasada, se levantó con suavidad del sofá, la arropó con una manta qué tenía doblada sobre el respaldo del mismo, y salió del despacho, sin hacer ruido. Cuando por fin se encontró en el pasillo, atendió la llamada y se llevó el móvil a la oreja, mientras bajaba las escaleras. —¿Leo? —preguntó Alex al otro lado de la línea—. Te estuve llamando, pero… —Alex —lo interrumpió. Si voz casi como un gruñido. Alex guardó silencio, casi en automático, sorprendido de aquel trato. El tono de voz de Leo era cortante, como un cuchillo bien afilado, algo poco propio en él. Y él, mejor que nadie, sabía que cuando Leo se ponía en ese modo, significaba que algo no andaba para nada bien. Sin embargo, el silencio fue demasiado largo, solo roto por el sonido de sus respiraciones, por lo que Alex, ansioso, se vio obligado a preguntar: —Leo, ¿qué pasa? Por favor, dime… Leo tragó saliva y suspiró. Adoraba a su amigo como a
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