Después de que la había hecho suya, no había salido de la habitación como siempre hacía. Contrario a eso, Valerio se había acostado a su lado abrazándola por la cintura. Cosa que resultaba demasiado íntima para Livana. No sabía qué estaba pasando, sin embargo, tenía que admitir que tenerlo así, secretamente, la hacía sentir tan bien. Se mordió el labio inferior mirando el techo de la habitación en silencio, mientras sentía cada respiración del macho a su lado. Sabía que él no estaba dormido, pero tampoco decía nada. —¿Por qué me odias tanto? La pregunta repentina hizo que Valerio se tensara de golpe dejando de tocar a Livana en ese momento. No contuvo un gruñido amenazante y ella se encontró con su mirada enojada. —¿No lo sabes? —ironizó tensando la mandíbula. –Pues no, no lo sé y por eso te lo pregunto. No tengo la culpa de lo que mis padres hayan hecho. No podía controlarlos, por si lo olvidaste, tenía diecinueve años cuando te capturaron. Ni siquiera tenía idea de quie
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