―¿En verdad?... Entonces… ―exclamó Ricardo, intentando comprender todo y calmando sus latidos veloces y sus nervios que lo hacían temblar.―¡Aparentemente esa noche, solo dormimos…! Quizás intentamos algo, no lo sé… Pero, ¡no te sobrepasaste! ¡No hay nada de qué preocuparse mi amor! ―agregué, agitando su cuerpo para hacer que se emocionará, sonriendo de felicidad.―¿Significa que me perdonas? ―preguntó Ricardo, colocando su mano con suavidad en mi mejilla.―¡No hay nada qué perdonarte! Ricardo, amor mío, sabía que no podías fallarme, lo vi en tus ojos… A pesar de la tentación de tenerme casi desnuda en tu cama, no cediste a la tentación, te contuviste… ¡Estoy tan orgullosa de ti! ―aclaré, sujetando su mano en mi cara con ternura.―¡Vaya! ¡Para esto sí que no estaba preparado! Imaginé de todo, hasta lo peor, pero no me esperaba esta felicidad… No sé qué decir… ―admitió Ricardo, limpiando mis lágrimas y dejando salir las suyas propias.―No digas nada… Sólo abrázame
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